Carles Miralles, su impulsor, repasa su historia y llama al optimismo: "los cines seguimos siendo necesarios"
VALÈNCIA. Cuenta Carles Miralles que todas las noches en su autocine, la luna se coloca frente a la pantalla, iluminándola. Como si fuera una espectadora más. Eso complica un poco la visión de la película, pero a la vez consigue algo poético. Miralles lleva observando la escena desde hace 40 años, cuando decidió ser, además de espectador, dueño de una sala de autocine entre Dénia y Gandia.
Miralles estuvo, antes de ese verano del 79, vinculado al mundo del cine detrás de las cámaras, como productor ejecutivo. Había estudiado en París y no le faltaba trabajo, pero decidió hacer en un terreno de 12.000 metros cuadrados, un cine de verano que pudiera durar hasta noviembre. "La tendencia entonces era hacer salas pequeñas, de 50 o 100 butacas, y pantalla pequeña. Yo decidí hacer lo contrario: una pantalla de 200 metros cuadrados de blanco y un proyector puesto a 105 metros de esta, cuando en las salas cerradas estaba a unos 30. Fabricamos los altavoces manualmente como si fueran fonoportas", cuenta el empresario.
Sus planes no salieron como él tenía previsto: Autocine Drive-In no pudo cerrar en noviembre. Dejó su trabajo y se centró en el autocine, que se ha convertido en el más antiguo de España. Los abrió cuando tenía 30 años, junto a su mujer, y su proyecto ha sobrevivido a todas las mareas y tempestas durante todo este tiempo. En los 60 y los 70, se abrieron varios autocines en España siguiendo el modelo americano (de hecho, en Europa la mayoría se instalaban cerca de las bases militares americanas). Miralles decidió adaptarla a la idiosincrasia nacional, además de no buscar como público a las parejas: el objetivo eran las familias.
Pronto, su modelo fue copiado hasta en Murcia, aunque la mayoría quebraron sin mucha historia: "la gente empezó a montar autocines como quién monta una discoteca, pensando en ofrecer una propuesta de ocio cerca del mar sin más. No tuvieron en cuenta que el del exhibidor es un oficio, no un negocio sin más", cuenta Miralles.
El verano del 79 se ha alargado hasta hoy y su programación no ha parado ningún invierno. De miércoles a domingo, doble sesión con películas de estreno, precios populares y el romanticismo ímplicito del espacio. Mientras los cines de los pueblos cerraban, la opción del autocine resistía. Algunos de los proyectos que quebraron en Oliva, Pego o la misma Dénia se los quedó él. Los ayuntamientos mantenían el espacio y la familia Miralles se encarga del equipo técnico y la programación. Así sigue siendo en Oliva.
Carles Miralles, no solo se ha encargado de la programación, sino también ha sido espectador del cine, que ha ido mutando constantemente. El giro no ha sido de 180 grados, sino de 360.
- ¿Se hace mejor, peor o el mismo cine que cuando empezó el cine?
- Yo siempre digo que la mejor película está aún por hacer. Siempre será así. Las películas de antes contaban mejor las historias, y las de ahora cuidan mucho más la imagen. Pero la imagen tiene que estar al servicio de la historia. Por eso me gusta mucho programar cine europeo.
Su autocine ha sobrevivido a la piratería ("los primeros piratas fueron las tiendas de vídeos, que nos miraban por encima del hombro contando las horas para que cerráramos"), también lo hicieron a la transición de los rollos de 35mm al sistema digital ("fui el último cine en dar el paso porque no me creía el cambio. Se veían píxeles y los proyectores no estaban preparados para la distancia que había hasta la pantalla. Fue un enemigo muy fuerte, pero nos tuvimos que adaptar"), y así, ahora les toca resistir ante las plataformas online: "lo que sería muy peligroso es que hubiera una generación que se acostumbrara a ver cine únicamente desde casa, los cambios generacionales son los que pueden echar abajo el modelo". Sin embargo, Miralles opta por ser optimista: "la gente sigue queriendo ver las películas de estreno en el cine. Incluso Netflix utiliza los espacios publicitarios para anunciar las películas que solo se podrán ver online. Hasta para ellos seguimos siendo necesarios", cuenta.
Lejos de lo esperado, Carles se reivindica, más allá de exhibidor, como espectador. Si programa un blockbuster americano, le gusta acompañarlo por un film europeo: "el mejor cine no es siempre el que más se ve, y yo quiero programar buen cine. Muchas veces la gente viene con el cebo de la película americana y escucho cuando se acercan a la barra y dicen: me ha gustado más la mala (la europea o la española) que la buena (el blockbuster)", cuenta con cierta saña.
En València nos hemos acostumbrado últimamente a contar más cierres culturales que aperturas. Las salas pequeñas y las empresas familiares del cine se cuentan cada vez con los dedos de menos manos, con el modelo de multicines en centros comerciales más vivo que nunca. Autocine Drive-In es todo un ejemplo de esas románticas excepciones que tiene esta industria.
Con 70 años, Carles Miralles no ha perdido un ápice de ilusión y de amor por el cine. Todo lo contrario, en los últimos años ha vuelto a la producción ejecutiva y tiene varios proyectos en marcha. Sin embargo, si tiene que destacar un momento lo tiene claro: “cuando todos los viernes nos reunimos para diseñar la programación es como si cambiáramos toda la decoración de un local, como si todo empezara de nuevo. No hay nada que me ilusione más, es una sensación que se mantiene intacta semana tras semana”.
Sus dos hijos han seguido su estela, cada uno en ramas diferentes: uno es productor ejecutivo, otro ha tomado el relevo de la gestión diaria del autocine. No esconde su ilusión por el futuro: “también tengo nietos y ya son personas de cine. Hay futuro para otros 40 años. Ojalá sea así”.