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el callejero

El partisano de Kinépolis

  • Foto: KIKE TABERNER

VALÈNCIA. Kinépolis es un sitio tristón. Otro más. La ausencia de gente, de vida, acentúa aún más la artificialidad de los centros comerciales. Hoy no huelen a hamburguesa grasienta, a Nutella caliente ni a palomitas. Hoy no huelen a nada, pues nada hay. Un tiovivo envuelto en plástico pone a huevo la metáfora del mundo que prácticamente ha dejado de girar. Y en los cines, los carteles parece que anuncien películas que, más que de hace 50 días, parecen de hace 50 semanas. Hasta que la boda nos separe, Doctor Dolittle, Fast & Furious 9. El de Parásitos nos muestra a esa familia coreana que arrasó en los Oscar. Los Oscar. Qué lejos quedan ya los Oscar. Qué lejos quedan ya los focos, ponerse guapo, embadurnarse la cara con highlighter. Otro cartel anuncia que la exposición sobre el Titanic se ha prorrogado hasta el 20 de abril. Pero la exposición también se ha hundido.

Allá dentro, pasados los carteles, hay luz. Esto no es una metáfora. Es un restaurante donde están trabajando. Hierve la pasta en grandes cacerolas y pizzas amorfas se cuecen dentro de un horno. Robert y Lorena no paran en la cocina mientras Mónica lo supervisa todo. No hay ni un cliente. Las mesas están vacías entre paredes con dibujos de David de Limón y la Niña Guapa. Ahí está Alexis mirando la hora porque, en un rato, tienen que llevar el reparto a la comisaría de Policía de la Gran Vía Fernando el Católico, donde los brazos como cañones de un mando de la Policía se estirarán para coger las cajas con la comida mientras se intuyen las sonrisas, que no se ven en este mundo anómalo de rostros a medias.

El reparto es un obsequio, un aplauso extemporáneo, hecho de masa madre, a las dos de la tarde, de Alexis y Mónica. Es su manera de darles las gracias más allá del balcón. Como, semanas atrás, ya habían hecho con los sanitarios.

Foto: KIKE TABERNER

Alexis Casañ (Benetússer, 53 años) es un personaje. Uno de esos tipos habituados a subir y bajar por los valles de la vida. Porque su camino ha estado lleno de pendientes desde que, con 18 años, dejó de estudiar y jugar al tenis con miras de profesional después de que su padre enfermara gravemente. El hombre comenzó a sufrir ataques de epilepsia y amnesia. "Tenía un cuadro de estrés brutal", recuerda Alexis mientras trajina por Partiggiano, su restaurante en Kinépolis.

Casi un niño que, de la noche a la mañana, dejó de jugar para ponerse a dirigir una empresa de muebles. Un proveedor les había hecho un agujero tremendo y él, que solo vivía preocupado por mejorar su revés, tenía que solucionarlo. Una noche se despertó a las cuatro angustiado. No paraba de darle vueltas al problema. Unas pocas horas después estaba en el Colegio de Abogados. "Buenas, necesito saber quién es el mejor especialista en suspensión de pagos", soltó en cuanto le preguntaron qué quería. De allí salió con el teléfono "de un señor de Gandia que me salvó la vida". Aquel joven logró superar una bola de partido de cien millones de pesetas (600.000 euros, pero en realidad el equivalente a varios millones).

El padre, Armando Casañ, agradeció la audacia del mediano de sus tres hijos, pero uno no cede la empresa a la que ha consagrado su vida así como así. Y chocaron. "Con 24 o 25 años tuvimos una bronca descomunal. Mi padre tenía un problema: un hijo idéntico a él. Cogí, llamé a mi novia y le dije que en un mes nos casábamos. En aquella época parecía que tenías que casarte para irte de casa".

"¿Tú eres un fantasma?"

El matrimonio se fue de luna de miel a Túnez y a la vuelta Alexis se enteró de que la Feria de París iba buscando a alguien que gestionara los clientes procedentes de España. "Cogí y me planté en París sin pensar siquiera que no tenía ni idea de francés. La suerte que tuve es que había una chica que hablaba español perfectamente y me hizo la traducción. Después de dos horas hablando, el comisario de la Feria de París, me preguntó: '¿Tú eres un crack o un fantasma?'. Al año, llevaba la feria del mueble, la de iluminación, la de cocina, la de funeraria... En total, trece ferias que pasaban por sus manos.

Alexis había encontrado el sustento que le permitía dejar de depender de su padre. Pero, al año, Armando Casañ recayó y le acusó de haberle abandonado. El hijo pródigo regresó a su lado y, ya con 26 años y más experiencia, encajaron mucho mejor.

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