El fotógrafo que firma las imágenes de este reportaje dijo en una entrevista que su superpoder es beber agua del grifo en València. Supongo que por impregnación, y por cierta conciencia respecto a los plásticos de un solo uso, yo hago como Kike Taberner y me hidrato con lo que sale del grifo —amén de con Veuve Cliqcot, bebida isotónica y Godello, pero esa es otra historia—.
Al echar una lectura rápida al índice de países con acceso al agua potable o haber viajado a alguno de ellos, es fácil que se nos forme una apreciación: Abrir el grifo y beber directamente sin tener que hervir el agua, ni echar pastillas potabilizadoras, ni exponerse a un poupurri de bacterias, es un lujo cotidiano. Se estima que 4.000 millones de personas viven en áreas que sufren una grave escasez de agua física durante por lo menos un mes al año. Según un informe del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente, casi todos los grandes ríos de África, Asia y América Latina la calidad del agua se ha deteriorado a causa de la contaminación. En el 2021, aún hay 2.200 millones de personas, el 29% de la población mundial, que no dispone de agua limpia para beber.
Pero.
Pero el agua de València no es como la de Madrid, tiene algo de sabor. Cierto es, algo de sabor tiene, aunque ese regusto no es un indicativo de que sea nociva para la salud. A continuación, datos y argumentos sobre el más doméstico y básico de los líquidos.