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Una bombera invoca a su abuelo fusilado sobre el escenario de Espacio Inestable

VALÈNCIA. Hasta 2022, la actriz y dramaturga chilena Patricia Cabrera se aferraba a una única fotografía de su abuelo materno, asesinado durante la Matanza de Laja y San Rosendo, en 1973. Su abuela había quemado todas las imágenes, callado todos los recuerdos y omitido cualquier dolor, “manejada por el miedo”. El silencio familiar era un grito ahogado, con alivios al aire lanzados estentóreamente y sin previo aviso por sus tíos, en frases como “los militares mataron a mi papi”. 

Su madre le aseguraba que Wilson Muñoz, que así se llamaba su abuelo, era el que aparecía tocado con sombrero en los pendones que las familias de la comuna de la región del Biobío exhibían en las manifestaciones para reclamar justicia, con las instantáneas de los 19 obreros asesinados siete días después del golpe de estado. 

Pero hace un par de años, la compañía Teatro El Rostro repuso la obra El retablo de Yumbel, un texto de Isidora Aguirre donde se entrecruzaban el martirio de San Sebastián con una conversación entre el elenco sobre el terrorismo de Estado de las dictaduras en América Latina y el crimen cometido en Laja y San Rosendo. En la exposición que complementaba las funciones, Cabrera descubrió que la cara que ella asociaba a su abuelo era la de otro hombre. 

Durante la pandemia, la creadora chilena había cofundado junto al ingeniero de sonido Óscar Oviedo su propia compañía de teatro, La Gaviota Podcast. Arrancaron de manera coherente con los tiempos confinados, especializándose en la materialización sonora de obras escritas. 

Luego llegó su primer montaje, titulado Isabel, donde traspasaron el sonido a escena, y ahora era el turno de mirar a esa herida heredada e interna. Así surge la autoficción Yo duelo, programada estos próximos 8 y 9 de febrero en Espacio Inestable.  

Señalar el incendio provocado

Yo duelo está protagonizada por un trasunto de Patricia Cabrera que es una actriz bombera. La elección de la profesión es una metáfora para señalar a la compañía de celulosa responsable del crimen, la CMPC. El jefe de personal y el superintendente de la empresa habían confeccionado una lista negra con los trabajadores afines al gobierno derrocado de Allende. Tras detenerlos, se tomó la decisión de fusilarlos. A los verdugos se les ordenó emborracharse con el alcohol del casino de la CMPC. Tras matarlos, los enterraron en una fosa común en el bosque. 

“Nuestra intención era hacer crítica social y política hacia esta papelera, que también es responsable de llenar de pinos y eucaliptos los bosques para trabajar madera. Los incendios son muy comunes allí”, detalla la protagonista de la propuesta.

Según comparte, hay una responsabilidad civil que luego no ha tenido consecuencias. La causa se cerró el año pasado con condenas a los autores materiales, pero no a los instigadores, y el ex oficial de carabineros se encuentra prófugo.

“El teatro es también un protagonista en esta historia, a través de él se honra y ofrenda a los que están bajo tierra, permitiendo movilizar los dolores y transformarlos en expresiones artísticas”, explica la autora.

El título es polisémico, se refiere tanto al hecho de realizar tanto al duelo sobre el escenario como al dolor físico. Patricia ha descubierto una conexión con su abuelo a través del fémur. Durante la COVID-19, sufrió unos agudos dolores físicos por los que entró en el hospital. Cuando leyó el informe de las resonancias descubrió que el hueso que se las producía era aquel del que había aprendido el nombre al leer dónde había recibido su abuelo los disparos. Aquella coincidencia se convirtió en el asidero de esta autoficción onírica.

Al título también contribuyeron las declaraciones de ciertos políticos chilenos en coincidencia con el 50 aniversario del derrocamiento militar del gobierno elegido democráticamente. “Se nos decía que era hora de poner fin al duelo, pero mi respuesta es que nos dejen la libertad de doler cuanto queramos. Es una herida abierta y va a seguir doliendo hasta que dejen de decirnos cómo tiene que doler algo”.

Antígona y un abuelo de 23 años 

A esa catarsis sobre el escenario también contribuye el humor del que está revestido el texto. La bombera protagonista es fanática de AliExpress y muchos de los pedidos que recibe invitan a la risa, como un disfraz de Antígona, el mito griego sobre la mujer que dio sepultura a su hermano en contra de la ley humana que lo impedía, del mismo modo que se estuvo negando a las familias el entierro de los restos de los fusilados hasta seis años después de su desaparición. 

Otro elemento de ruptura de la tragedia en la que se sustenta Yo duelo es la aparición de Wilson sobre las tablas. “Cuando se incorpora a la trama se rompe la imagen del anciano, porque al morir solo tenía 23 años, era más chico que yo”, explica Patricia, a la que su abuelo llama en escena “pendeja cargante” y le dinamita el dramatismo mandándola callar y preguntándole si cree que él sólo no puede defenderse.

En la representación está acompañada por el diseñador de sonido Oscar Oviedo, y la diseñadora de escena Loreto Urrutia. El cofundador de la compañía quería contar con una guitarra campesina, que al final evoca con los cables de los micrófonos, que cuelgan como las seis cuerdas del instrumento, trayendo a escena el sonido de, entre otros, un helicóptero, del fuego, de la guitarra y de una sirena.

Tanto Oviedo como Urrutia interpretan a personajes al tiempo que van haciéndose cargo del sonido y las canciones y de la iluminación, respectivamente. Esto es, la obra se va construyendo frente a los ojos del público.

Nietas entre la audiencia

La representación de la obra ha originado una conversación con la audiencia que se ha expandido a la propia familia de Cabrera y a gente que conoció a su abuelo. Entre todos y todas van tejiendo esta historia llena de lagunas y vacíos. Sin ir más lejos, a las funciones de la pieza en Barcelona, van a acudir dos de los nietos de los asesinados. Una vive en Francia y está en contacto con la dramaturga para contarse lo que cada una va averiguando.

En su obra ni siquiera hay un afán de denuncia, sino de sanación: “Es un viaje profundo que he compartido con un equipo de personas amables que navegan por este rito de invocar a mi abuelo cada vez que representamos el espectáculo. Se ha convertido en una experiencia que traspasa lo teatral y alberga lo humano, donde siento la conexión con mi abuelo, con mi familia, y con mi abuela, que ya no está, más viva, más fresca y más cerca”.

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