ALICANTE. Si hay una palabra que pueda definir a la organización de este Transtropicalia 2017 en la Illa Plana es cariño. El grupo comandado por Miguel Carratalá y su Fulgor de Moda Antónima ha conseguido llevar su flow entre bodas y calderos, y convertir los 0,3 km3 de ínsula en refugio de modernidad radical (etiquetas como hipster, indie o similares a veces se quedan cortas ante la inocente radicalidad de algunas propuestas): más de 600 personas en un evento que demostró que puede conjugarse capacidad de convocatoria y sostenibilidad.
Si la mañana transcurrió con la languidez propia de cualquier fin de semana, en este enclave turístico de reducidas dimensiones y tránsito denso en su istmo y fluido en sus extremos, sea en el campo, sea entre el geométrico entramado de las calles del pueblo, donde se empezaban a mostrar de manera tímida algunos detalles de que "estábamos, también, de festival", recorrido guiado incluido por la historia y los rincones del coqueto enclave, a partir el mediodía la cosa empezó a tomar visos de que se había ido a bailar. Abrió la velada la actuación sorpresa de Hugo Sierra con su proyecto Sierra, seguido de nuestros chicos Los Manises y de Alex Serra y su Gato Suave.
A las cinco de la tarde, las pooltalks coordinadas por el director de cine ilicitano Chema García Ibarra cambiaban su ubicación y pasaban de pooltalks a beechtalks, para acabar como “conversaciones bajo la cúpula”, en un guiño casi spielbergueriano. Micrófono en mano, en la mejor tradición de la stand-up comedy, fueron desfilando los diferentes personajes de la cultura underground convocados por Chema, para explicar, a pelo, los entresijos de su filosofía creadora: la pareja creadora de las Realmente Bravo, la escritora y periodista Sabina Urraca, el polifacético Raúl Navarro, la ilustradora Beatriz Lobo, contaron con un público entusiasta que no dudó en actuar como una claca uniforme, vitoreando a estímulo de las ponentes, convencidos la mayoría de ellos de que podrían estar detrás del micrófono, arrancando alguna que otra reivindicación de identidad local entre tanto internacionalismo: viva elche, viva san isidro.
Y desde Elche (es un decir) se esperaba el grueso del núcleo musical del festival. Francisco Contreras, Niño de Elche, agazapado en la oscuridad del arco de la Puerta de San Miguel, acompañado por las bases y evoluciones electrónicas de David Cordero, abrieron las puertas con algo de retraso que mantenía impacientes sobre el pretil del Baluarte a parte del público que aprovechaba para observar, y escuchar, con curiosidad, las pruebas de sonido del catalano-navarro Joan Colomo. Una vez retiradas las vallas, una pequeña muchedumbre compacta se concentró en la bajada al arco, encontrándose con una propuesta visual que, no por sencilla, era menos espectacular: las siluetas de ambos intérpretes recortadas sobre el mar de fondo y la costa santapolera que lanzaba todavía embarcaciones hacia las inmediaciones de la isla.
Lo que al vez no sabía ese público es que temas como Descansa o Agustín, del trabajo Nanas, que era lo que iban a escuchar, bebe del quietismo de Miguel de Molinos al mismo tiempo que de los desarrollos de la electrónica ambient y krautrock, a los que se le suman en directo, los experimentos vocales, casi corporales, de Contreras, fagocitando micrófonos, pedales y aliento. El camino abarrotado se fue vaciando poco a poco de modernos menos modernos de lo que ellos mismos pensaban, destilándose en un grupo de irredentos seguidores rodeado de esa nueva fauna de los festivales que es el “conversador de conciertos”, capaz de mantener una animada charla sobre garrapatas en hurones aumentando el tono de su voz al mismo tiempo que aumenta el volumen de la música de los intérpretes, mientras sostiene su cerveza. En algún momento, esto supuso algún problemilla, dado el sonido loft de todo el festival, tal vez algo buscado (y deseado por la organización), dentro del espíritu slow del evento, lo que no es un demérito, sino un indicador de "falta de asimilación del modelo por parte de algunos asistentes". Aún así, Paco y David cumplieron, con creces, en un entorno idílico que pide repeticion con un repertorio más amplio.
Tras la serenidad y la sorpresa vino otra sorpresa... sorpresa a medias, porque quien conoce al ex-Unfinished Sympathy sabe de su eclecticismo y su falta de prejuicios. "Tenemos Barcelona llena de madera estos días", soltó en uno de los speechs al inicio de la actuación. Catalán, castellano, "el Levante” (sic,... no hablaba de fútbol), Beyoncé, Kortatu, las Grecas, todo esto y más, sobre todo su La fília i la fòbia, de un lejano 2014 ya, tuvo cabida en la hora escasa de concierto que el tiempo limitado por los transportes marítimos concedió a cada propuesta vespertina. No importa, Colomo se lo tomó con toda la guasa y el buen humor que requería la situación, la de Tabarca y la del contexto informativo, para descolocar a un personal no demasiado ducho en el r’n’b dance, pero que respondió con alegría y mucho salto. Sonido impecable, de nuevo bajo la tenaza del soft, sin problemas, acompañado por su banda habitual, Narcís Prats, Xavi García, Dani Navarrera y Marçal Calvet.
Tras el paroncillo de rigor y la búsqueda de sustento entre los locales todavía abiertos de la gastronomía illenca, la propuesta más internacional se apoderó del Baluarte de Poniente (vaya...). El maliense Boureima "Vieux" Farka Touré, que ha recogido el legado de su padre Ali Farka Touré, como ejecuntante de ese maravilloso punteo de la guitarra del blues maliense, una tradición que ha penetrado con simpatía en un nutridísimo grupo de público no especializado, pero sí interesado por temas medioambientales, étnicos y alternativos, lo que les permite estar una horita danzando con sus pantalones amplios, sus sandalias y sus colores africanos, tras habérseles desencajado la mandíbula de sorpresa ante la andanada vocal de Niño de Elche. Sobrio concierto de Touré, fluido, perfecto en el sonido, algo monótono en los ritmos y las cadencias, con algunas percusiones demasiado previsibles. Aún así, buena elección de la organización, en un timing que les iba permitiendo ofrecer un festival de panorama abierto y alta calidad.
Para acabar, cuando ya no había más opción para volver a tierra firme que los barcos preparados hacia Alacant o Santa Pola (o pernoctar en la isla), Melange. Dicen que todo vuelve y, después de más de un decenio de abominar del rock progresivo, encontrar un combo de cuatro jóvenes músicos con ecos de King Crimson, Frank Zappa, Pink Floyd, incluso Yes o Soft Machine, es un placer indescriptible. Que además consigan hacerlo en temas de tres minutos, la cuadratura del círculo. Pero claro, estos chicos han sacado su nombre del Dune de Frank Herbert, hasta eso los emparenta con la rama madre. Soberbia actuación la de los madrileños, citas a Alacant incluidas, a pesar de la premura por acabar –es lo que tiene se los últimos-, dejando fuera algún que otro tema, ante la inminente partida, apenas un cuarto de hora después del último guitarrazo, de la primera tabarquera hacia Alacant, un cuarto de hora más tarde hacia Santa Pola, en una noche excepcional en que la meteorología había aportado incluso algunas gotas de lluvia al inicio de la actuación de Melange, un lujo más para coronar un buen día.
El sonido de la sirena de los barcos llamando a los pasajeros fue la última actuación del Festival Transtropicalia 2017, un embarque con algunas carreras, com la de Joan Colomo acarreando su maleta, y muchas risas. No estamos aquí para poner notas, pero si se tuviera que puntuar el global de este 30 de septiembre de 2017 en Tabarca, sería un notable alto.