VALS PARA HORMIGAS / OPINIÓN

Segunda etapa

15/08/2018 - 

Cada vez tengo más claro que agosto es un duelo no reconocido que pasamos cada año sin darnos cuenta. El verano se forja con siestas de ventilador, besos en la arena de la playa y vasos de paloma, y otro vaso de paloma, pero en realidad es un trámite que nos ayuda a resetear cuando llega septiembre. Hemos vestido al verano de terreno abonado al relax y el ensueño, cuando de hecho es un formateo, un antes y un después, una jornada de descanso antes de encarar, como cada año, la etapa de la subida al Tourmalet. Agosto es el pico en el que descansa Sísifo antes de que se le vuelva a caer la piedra. Es un cargamento de adrenalina y un contrabando de sudores y espasmos. Como el orgasmo, la pequeña muerte, que dicen los franceses. Agosto es la cueva en la que la selección natural nos separó de los osos. Ellos hibernan. Nosotros bajamos las persianas y encendemos el aire acondicionado. Tan desganados estamos, tan sometidos a la tiranía del termómetro, que ni siquiera hemos sido capaces de inventar el antónimo de hibernar. Pero es eso justo lo que hacemos en agosto. Lo contrario que los osos.

El pasado lunes, Alberto Aguilar, el padre de Patricia, la chica ilicitana que se fugó a Perú enmarañada en la telaraña de una secta, contaba su experiencia. La búsqueda, la impotencia, la constancia y, finalmente, el rescate. Contaba también su agosto particular, ese momento en el que vuelve a disfrutar de su hija, se emboba jugando con su nieta y espera que la vida deje de dar tumbos y vuelva a enfundarse el mono de la normalidad, con sus grasientos bolsillos y su trapo de limpiar. Su presente es el que, de alguna manera, vivimos todos ahora, cuando los semáforos son casi inútiles, los teléfonos apuran hasta el último timbre y los amigos están de vacaciones deseando que la Liga comience otra vez. Es el duelo no reconocido. La tensa espera. Y, como Alberto, sabemos que hasta este calor sofocante que se humedece por las noches acabará algún día. "Ahora empieza la segunda etapa", declaró el padre de Patricia. Y no es fácil. Saldrán a relucir los errores, los engaños, el dolor y los malentendidos que, de momento, quedan ocultos bajo la nata y el merengue de las celebraciones familiares, bajo el salitre de los llantos de alegría, bajo las manos adormiladas que recuperan la circulación sanguínea después de haber estado apretadas cada noche, durante más de un año.

Duelo. Transición. E infinito. La vida no da más descanso que el que nos procuramos nosotros cada vez que iniciamos las vacaciones. O nos metemos en un libro. O armamos la maqueta de un barco o tejemos una colcha de ganchillo en las largas noches de invierno. Por eso no nos queda más remedio que asumir que vivimos en constantes segundas etapas. La que va a tener que alcanzar, en algún momento, la familia de Ismael Belda, que se nos fue el pasado domingo como si no supiera que el verano no está para estas cosas. La que va a tener que alcanzar Lliris, en quien tanto pensamos. La que vamos a tener que alcanzar todos los que nos dedicamos a esta profesión que casi en ningún momento supo encontrarle encaje a Ismael, probablemente porque escribía mejor que cualquiera de nosotros. Y eso no es algo que se cotice al alza en prensa, precisamente. Ismael se fue antes de que supiéramos que debíamos decirle que no se fuera, antes de que aprendiéramos todos sus matices, antes de que, también nosotros, personalmente, supiéramos encajar su verso libre en la poesía de nuestras vidas, que también la tienen. Por lo menos, él sabía verla. Y contarla. Pero se ha ido antes de desvelarnos el secreto de quien descubre un alejandrino hasta debajo de las piedras. Demasiado pronto. En este agosto de duelo no reconocido.

@Faroimpostor

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