EL CRíTICO PUBLICA 'LEJOS DE TODO', SU PRIMERA NOVELA

El Regónzer y el Hombre de las Estrellas: verano del 77

5/02/2018 - 

ALICANTE. “Cuando alguien quiere morir de verdad, se arroja al vacío desde el Micalet”. La primera novela del crítico musical y cultural Rafa Cervera (València, 1963) es una declaración de amor edípica, sostenida sobre los cimientos de la ciudad medieval, sobre los exabruptos de la orgía urbanística que durante decenios ha engullido el contorno de la ciudad que lleva en su interior.

Bowie, a pesar de todo, no es más que un autohomenaje, el ancla que permite fondear en la memoria de la adolescencia, en ese mítico 1977 en que las calles ardían y el punk destrozaba como un bulldozer el sentido del rocanrol.

El 18 de marzo de 1977 se publicaba el primer disco en solitario de Iggy Pop, después de su etapa con los Stooges, The Idiot, producido por su amigo David Bowie. Iggy Pop, James Newell Osterberg, Jr., Jimmy, que junto a Bowie y Corinne Schwab, Coco, la asistente personal del Duque, recorren las calles de València como los turistas de Tánger, observando y queriendo, queriendo y observando, poco después de que “David le [propusiera a Iggy que su disco] lo titulara como su libro favorito de Dostoievsky]. David Robert Jones, el lector Bowie.

Rafa Cervera hace uso de la primera persona, aunque en los tres personajes principales hay algo de Cervera, en el narrador sin nombre, en el Regónzer, en Cala Cervera, se diría que incluso en Bowie hay una mirada tras los ojos que es la de Cervera, como en aquella película de Spike Jonze, con guión de Charlie Kaufman, Being John Malkovich (1999), en que el actor norteamericano se ve colonizado por John Cusack, y por una muchedumbre de turistas de la tercera edad. En cierto modo, el onirismo de aquel film impregna también el tránsito del músico londinense por los góticos edificios valentinos, y esa mirada cruzada, de ventana a ventana, de un lado al otro de la calle, entre sus ojos de dos colores, y los del muchacho que ansía la autodestrucción de los ídolos, tras los visillos de su habitación de adolescente.

Make me know you really care

Make me jump into the air

Los versos de Moonage Daydream, tema seminal del The Rise and Fall of Ziggy Stardust and the Spiders from Mars (1972) podrían haber quedado grabados en un escudo nobiliario en los alrededores de la calle Cavallers.

La selecta editorial zaragozana Jekyll & Jill, bajo la cuidada dirección de Víctor Gomollón, ha publicado esta primera inmersión de Cervera en el mundo de la ficción. El ordinal no es gratuito, las 132 páginas de Lejos de todo son algo más que una tarjeta de presentación, suponen una escotilla abierta a la fertilidad de un mundo delirante, poblado de monstruos con piel translúcida. Como tampoco es gratuita la única cita de Bowie en las páginas previas a la narración: She opened strange doors that we’d never close again, del Scary Monsters (And Super Creeps) (1980), el álbum de la resurrección tras la intimista trilogía berlinesa.

Primavera de 1976. David Bowie se encuentra sumido en una crisis artística y personal, atrapado en su adicción a la cocaína. Dejándose llevar por el azar, elige Valencia.

Verano de 1977. Playa del Saler, Valencia. Un adolescente entabla amistad con una pareja de hermanos. Con él comparte la fascinación por David Bowie. Hacia ella siente una irrefrenable atracción.

Bajo la intensa luz de la capital mediterránea, que no consiguen sofocar ni las cortinas cerradas de los hoteles y los palacetes que han sido sede de la editorial de Blasco Ibáñez, los caminos de Bowie y uno de los adolescentes se cruzarán, aunque tal vez no se sólo uno, porque los sueños, a veces, son más verídicos que la realidad.

Como en todas las publicaciones de Jekyll & Jill, el demonio está en los detalles, y las ilustraciones de Roberta Marrero (Gran Canaria, 1972), producen la fascinación de los pósters en las paredes de las habitaciones adolescentes, no puedes dejar de mirar el perfil de Bowie en la cubierta, ni sus cabellos encendidos, como no pueden evitar sentirse seducidos desde la mirada de Bowie en la pared, o desde una reproducción de Las hijas del Cid, de Ignacio Pinazo, en un obsoleto volumen de Historia del Arte.

 “Él solo se presentó. Se hacía llamar El Regónzer. Nadie me explicó nunca el motivo del extravagante mote. Él y Cala se parecían como si fueran gemelos. Eran también igual de insólitos”.

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