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LA LIBRERÍA

‘Una casa llena de gente’, una historia edificante de Mariana Sández

VALÈNCIA. Una comunidad de vecinos es un universo inquietante, sobre todo cuando se comparte un mismo edificio. Esa gente al otro lado de la pared viviendo sus vidas al mismo tiempo que nosotros nos hace formar parte de una obra de teatro, habitar un terrario. Sus sonidos se transfieren a nuestras vidas y los nuestros a las suyas: la intimidad se convierte en una realidad relativa y al final, lo queramos o no, compartimos mucho. En ocasiones, demasiado. La argentina Mariana Sández ha construido una novela comunitaria, Una casa llena de gente, que publica Impedimenta. En ella se entreveran las familias, los familiares, las perspectivas y las voces. Le hemos preguntado al respecto, y lo que sigue es lo que nos ha contado.

-¿Por qué la figura del edificio? ¿Por qué su protagonismo a diferentes niveles en esta historia?

-Mariana Sández: El libro está organizado en las partes que sigue la construcción de un edificio o de una casa (cimientos, andamiajes, exteriores, interiores, etc.) por un lado porque es un ciclo vital, con principio y fin. Por otro, porque si bien al comienzo los vecinos de esta comunidad solo se conocen por lo que infieren unos de otros a partir de ruidos, portazos, taconeos, discusiones oídas a través de paredes y ventanas, a medida que avanza la historia nos vamos metiendo más en el mundo interior de los personajes y se descubren en profundidad. También mantiene un paralelismo con el recorrido que hace una persona cuando se va formando desde las bases de la infancia y cómo en función de todo se va conformando esa personalidad: en qué ámbito crecemos, cómo es y cómo nos tratan las personas cercanas. Lo mismo ocurre con las decisiones que toman un arquitecto, un director de obra, los albañiles, todo contribuye al resultado final.

¿Quién o qué habita en mayor medida este edificio que es tu novela?

-Con los Almeida, una familia ensamblada, convive una pequeña comunidad de vecinos que comparten un mismo jardín y se ven obligados a trabar relaciones: una pareja con una hija única, un matrimonio sin hijos donde la mujer tiene comportamientos muy extraños, un hombre solo con sus perros. Se volverán, de pronto, mucho más que simples vecinos, para bien y para mal. A los choques generacionales entre Leila Almeida, su madre y su hija, se sumará la intensidad que muchas veces supone una amistad entre mujeres. En ese minúsculo ámbito hay un muestrario de tipos de matrimonios, de maternidades y paternidades, así como formas de asumir la vocación y lo doméstico.

¿Dónde se hunden y afianzan los cimientos de esta historia?

-En este pequeño edificio caben muchas historias, tantas como puntos de vista. Todos percibimos las cosas de distinta manera y además esa percepción se modifica y se contradice dentro de uno mismo todo el tiempo. No hay nada estático ni uniforme en la percepción de la realidad y por tanto, tampoco en la vida humana. A partir de esa idea, se ponen en juego las relaciones familiares y en este caso también entre vecinos, entre amigas adultas y amigas niñas. Todos van a recrear lo que pasó durante esos años de diversa manera. Y creo que los cimientos más hondos de la historia están en el amor: el amor de pareja, el amor entre madres y padres e hijos, el amor de la amistad, pero poniendo el acento en que todos hacemos lo que podemos, con unas u otras limitaciones.

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