ALICANTE. Eduardo Halfon es un autor de publicaciones dispersas, cuyo descubrimiento le debo a mi amigo Rafa Teruel, el explorador de la literatura a quien seguiría hasta los confines del universo conocido y más allá, a territorio de dragones.
Halfon, guatemalteco de 1971, judío errante cuyo idioma principal reconoce ser el inglés norteamericano aprendido en su adolescencia estadounidense, escribe con un genuino registro del español centroamericano, aunque en más de una ocasión ha dicho que eso de Centroamérica, como identidad más o menos homogénea, no existe, que lo único que existe son una ristra de identidades que confluyen en un espacio geográfico marcado por la orografía y el clima. Para quien desconoce el léxico propio de cada país, la identificación puede ser unitario, aunque en el desconocimiento no sepa que ese "recio" utilizado en el campo semántico que en el español peninsular europeo ocupa "fuerte" sea únicamente una marca guatemalteca… o halfoniana.
"Judío a veces", en sus propias palabras, impregnado de la orientalidad arábiga de los lugares de procedencia de sus abuelos, Beirut, Alepo, de la tradición yiddish de los judíos europeos traicionados en Polonia -tercer origen, Lódz-, nacionalizado español, casado con una riojana, residente en Nebraska, a sus cuarenta y muchos no creo que se trate de un autor especialmente prolífico, aunque le pasa como a su estimado Bolaño, que su presencia en las estanterías de novedades goza de una ciclotímica intensidad.
Este año tres diferentes editoriales españolas, las tres en el ámbito de eso que se denomina las nuevas editoriales independientes, han publicado tres títulos del ingeniero letraherido. Tres narraciones de registros diversos, posicionadas en puntos distantes del cronograma de la obra de Halfon.
La zaragozana Jekyll & Jill recuperaba su título fundacional, del que ya hemos hablado por aquí, el Esto no es una pipa, Saturno, editado en 2003 por la guatemalteca Alfaguara, ahora con el título de Saturno, una “carta al padre” trufada de referencias a los suicidas literarios y sus relaciones paterno-filiales, habitada ya por un yo narrativo con el mismo nombre que su autor, con su misma genealogía errante, como no podía ser de otra manera, Líbano, Siria, Egipto, Polonia, Ucrania, Palestina, España, pero con la fabulación propia del Oriente sobrevolando los hechos descritos, los enfrentamientos con el progenitor, ese grito en sordina que esconde un verdad que puede serlo.