VALÈNCIA. “Era más de media noche, antiguas historias cuentan, cuando en sueños y en silencio lóbrego envuelta la tierra, los muertos vivos parecen, los muertos la tumba dejan”. Ese en el principio de El Estudiante de Salamanca un poema narrativo de José de Espronceda de 1840, enmarcado en el Romanticismo. Que nos presenta el mito de Don Juan Tenorio, aquí transformado en Don Félix de Montemar, un irreligioso, altanero y chulesco personaje que se enfrenta a la muerte sin miedo. Un tahúr cínico y procaz, en una historia llena de espectros, flashbacks y aventura. Ricardo Vilbor al guion y Rodrigo Vázquez al dibujo consiguen que nos zambullamos en la obra de Espronceda desde el cómic. Que lo hagamos nuestro, que nos deleitemos con sus temores y anhelos.
Charlo con ambos sobre esta adaptación, otra más de enorme calidad en la dilatada trayectoria de Vilbor, que me relata por qué éste y no otro Don Juan ha sido el elegido por él para plasmarlo en cómic. “Es mi Don Juan Favorito”, señala. “De todas las versiones que hay, la de Molière, la de Lord Byron, la de Zorrilla, que es mi segunda favorita, pero mi versión favorita es Don Félix de Montemar, porque es el único que no se arrepiente”, apunta.
No se arrepiente de sus acciones, no teme, pues, a la muerte ni al más allá, si es que existe. El Estudiante de Salamanca fue una obra transgresora en su momento, dividida en cuatro partes, su lectura se vuelve ágil y apasionada. Confesaré que yo hice el camino al revés gracias al cómic: leí primero el tebeo y luego, porque me sorprendió mucho, el clásico de Espronceda. Vilbor también sintió esa fascinación casi inmediata. “A mí en el instituto me fascinó más La Vida es Sueño, pero fue en la Universidad, que hasta recuerdo el nombre del profesor, que lo explicó en clase y luego llegué a casa, lo devoré entero y a mí me fascinó desde un principio porque a mí esos personajes me encantan desde siempre”, recuerda.
El irredento Don Félix de Montemar no necesita el perdón, transita entre las brumas, engaña a su amada y se juega a las cartas sus recuerdos. “No me gustan por lo general los personajes de una pieza, buenos, con los que empatizas, que han aprendido al final de la obra. Yo sinceramente no creo que sea necesario ese cambio, a mí un personaje como Don Félix me hace reflexionar infinitamente más que un personaje bueno que salva la vida a alguien”, analiza.
Aquel momento de fascinación en la universidad se le debió quedar clavado en la memoria a Vilbor, pues este tebeo llegaba tras otras adaptaciones literarias. “La decisión la tomé después de hacer La Vida es Sueño, recuerdo que alguna de las presentaciones alguien del público me preguntó: si pudieras adaptar algo, cuál sería, yo dije, El estudiante de Salamanca sin pensarlo. Yo creo que fue ese momento en el que lo decidí. Yo desde que lo leí, algunas partes las tenía muy pensadas, otras partes no; pero algunas partes hacía tiempo que estaban en mi cabeza mientras las explicaba en clase”, comenta.
Las adaptaciones de clásicos es un trabajo complejo, sea cual sea el medio al que vayan dirigidas, ese trabajo está lleno de matices. ¿Respetar con total fidelidad la obra, introducir cambios argumentales, reorientar la obra? No es solo traspasarla al medio visual, aunque lo visual es muy relevante, sobre todo en una obra como El Estudiante de Salamanca, tan tenebroso y onírico.