Al final todos volvemos a nuestros orígenes. Vivir es volver. Nacido en una familia conservadora he necesitado dar algunos tumbos para acabar siendo de derechas. La cabra siempre tira al monte, pero podía haber sido de otra manera. De hecho, yo reunía las condiciones para ser un socialdemócrata templado. Mi adolescencia y primera juventud coincidieron con el largo gobierno de Felipe González. Estando en la Universidad Complutense rara vez conocí a un profesor o compañero de derechas. ¡Quién iba a reconocerse, entonces, como votante de Fraga Iribarne!
Hubo un tiempo en que ser derechas era una extravagancia sólo explicable por la adhesión sentimental a la dictadura del general Franco. Lo moderno era ser, si no rojo, al menos progresista. Decías que eras progresista y se te abrían todas las puertas y despertabas la curiosidad de hipotéticas novias. Pese a mis orígenes familiares, yo quería ser un joven de izquierdas, solidario con todas las causas perdidas del mundo, empezando por la del pueblo palestino. Admiraba al taimado e inteligentísimo González pese a no votarlo y, acaso por haber consumido sustancias psicotrópicas, llegué a votar al califa Anguita en unas elecciones locales. Aquellos fueron pecados de juventud de los que hoy no me arrepiento.
Dicen que cuando cumples treinta años te vas derechizando. Primero me fui centrando, eso que llaman hacerse un moderado, y luego, pasito a pasito, me fui escorando a la derecha, casi sin darme cuenta. Me pasó como a Fernando Savater, Félix de Azúa y Fernando Sánchez Dragó, nombres a los que habría que añadir los de Antonio Escohotado, Gabriel Albiac y Andrés Trapiello. Todos estos intelectuales, procedentes de la izquierda o la extrema izquierda, se han curado de la enfermedad infantil del izquierdismo, como así la llamaba papá Lenin. Y yo, pese a ser menos importante que ellos, no iba a ser menos.
Zapatero me hizo de derechas
Con emoción recuerdo el día en que me hice de derechas: fue cuando el nefasto Zapatero llegó a la Moncloa en un tren de cercanías. A partir de entonces, por culpa de este aprendiz de brujo que resucitó la guerra de nuestros pasados y reabrió el melón territorial del Estado, los que éramos de centro nos hicimos de derechas y los de derechas se hicieron ultras.