VALÈNCIA. Baloncesto sin canastas. Paella sin arroz. Heavy metal de estadio sin amplificadores. Ingesta de chupitos de agua del grifo. Yo qué sé. Elija o invente usted mismo una anodina actividad sin sentido y que pueda prolongarse durante horas, eso es la gala inicial de Supervivientes. Dos horas para que docena y media de concursantes se lancen al mar desde un helicóptero. En el corte de anuncios de siete minutos de media noche, el tedio era tal que ver crecer un cactus podría resultar de un trepidante que habría que agarrarse a una barandilla o ponerse un cinturón de seguridad para no marearse o sufrir una crisis nerviosa. Para ver Supervivientes hacen falta Supertelespectadores.
Pero es el reality de mayor éxito. Más que el afamado, controvertido y vilipendiado Gran Hermano. Un programa que, al contrario de lo que sostuvimos el otoño pasado en su última edición, ya no tiene ni reputación ni éxito. En los últimos años Supervivientes le ha comido completamente la tostada, con una audiencia media que varios años ha superado los cuatro millones de espectadores, cuando Gran Hermano no llegaba ni a tres. Normal que Telecinco lo plantee como una superproducción de Hollywood.