VAlÈNCIA. Siempre me ha resultado muy gracioso cómo se le exige a la Historia desde el cómodo futuro. Las sentencias se pronuncian sin piedad y se defienden en discusiones como dogmas de fe. Un caso paradigmático es el de Gavrilo Princip, asesino del archiduque Francisco Fernando y su señora, culpable, dicen, de desencadenar la I Guerra Mundial. Se habla de él como si en su mano hubiese estado evitar ocasionar un conflicto con veinte millones de muertos y hubiese preferido disparar y provocarlo.
Sorprendentemente, antes de la II Guerra Mundial, el que intentó evitar a toda costa que esta se desencadenase, Chamberlain, tragando humillaciones por un tubo pero consciente de que estropearía más de lo que podría arreglar volver a un conflicto de millones de muertos, es con el que se hace escarnio. Parece que en su mano estuvo no ver la maldad de Hitler y debió lanzar sus ejércitos contra él a las primeras de cambio. Murieron más del doble que en la anterior guerra y el hombre se olía que así sería, pero está mal que dudase. Sobre todo si analizamos su comportamiento setenta años después.
Y el mayor ejemplo de que se establece un relato histórico simplificado que se parece más a las parábolas bíblicas es el relativo olvido en el que se encuentra Jean Jaurès. Socialista francés, fundador del diario L´Humanité, se opuso con toda su alma a la guerra que estaba por llegar en el 14 y por ese motivo fue asesinado de un disparo en la nuca, el modo de ejecución favorito de los patriotas más cobardes.
Años después, con Francia espantada ante lo que acababa de suceder, se recobró su memoria dándole a Jaurès calles, plazas y estaciones de metro. Pero eso no salvó vidas. Sin embargo, a nadie le ha dado por relacionar el asesinato de este socialista con el estallido de la guerra. Y eso que pidió expresamente a los obreros de las cuatro potencias que entraron en conflicto que no acudieran al matadero para servir a los intereses del nacionalismo.
Vengado por anarquistas españoles
Por fortuna, en Francia se le sigue considerando un personaje capital. No en vano, la historia de su asesino fue escandalosa. Detenido y encerrado, se libró de ir a la guerra, pero cuando esta terminó, se le absolvió de los cargos y fue liberado. Para la izquierda francesa fue una vergüenza. Raoul Villain, que así se llamaba, huyó de su país y fue a parar a la isla de Ibiza. Se construyó una casa y, justo cuando la estaba terminando, se produjo el golpe de estado del 18 de julio. En los primeros compases del levantamiento, perdió la vida. Las informaciones son confusas, pero parece que lo asesinó un grupo de la FAI mientras caían las primeras bombas de aviones fascistas italianos en la isla. Que se lo cepillasen anarquistas no deja de ser justicia poética.
El caso es que Jaurès es una institución en Francia y por eso goza de un número en la excelente serie Ils ont fait l'Histoire (aquí traducido como Forjaron la Historia) de las editoriales Glenat y Fayard. Se trata de biografías de grandes personajes, como Napoleón, Carlomagno, Lutero o Lenin, pero que no aspiran a la presentar las vidas completas. Se centran tan solo en un episodio de la trayectoria de los protagonistas, uno que sea descriptivo y clave en su trayectoria.
Gran valor didáctico
Desgraciadamente, en el caso de Jaurès, los momentos claves de su vida fueron los últimos. Cuando dirigió la campaña en contra de la guerra y pronunció sus discursos más recordados. Los cómics han sido realizados con la ayuda de historiadores y académicos, por lo que no hay nada al azar en los guiones y todos cuentan con un anexo con un texto que explica el contexto de la época. Pocas herramientas habrá mejores que un cómic para introducir en la curiosidad por la Historia a los estudiantes antes de que lleguen a la universidad, pero estos trabajos, al saber elegir bien una pequeña parte de las biografías de los personajes y poder gozar así de profundidad, son de interés para cualquier lector.
"La historia se ríe de los profetas desarmados". Es una cita de Maquiavelo que aparece en las primeras páginas. La dice Jaurès en una comisión militar del parlamento para asegurarles que con su oposición a la guerra y al servicio militar de tres años no pretendía debilitar a la nación ni a sus fuerzas armadas, sino todo lo contrario. No fue, que digamos, muy bien entendida.
Debates críticos
Los momentos más sobresalientes son el encuentro del protagonista con Karl Liebknecht en París. Planifican huelgas para detener el conflicto que está a punto de estallar. La historia de este hombre también merecería un cómic. Fue expulsado de su propio partido por sus convicciones pacifistas, después encarcelado por alta traición y, cuando logró salir de prisión durante la Revolución de Noviembre, fundó el Partido Comunista Alemán. No mucho después, tras una detención, fue asesinado por la policía en el traslado a la prisión junto a Rosa Luxemburgo.
También vemos a Jaurès reunirse con Victor Adler, de la socialdemocracia austriaca. O Hugo Hasse, presidente del Partido Socialista alemán. Todo en el contexto del apoyó que Pioncaré, presidente francés, había prometido a Rusia si entraba en guerra con Austria para defender a Serbia, amenazada por la monarquía dual con un ultimátum. En esos debates, hay quien desliza que no hay que tener miedo a la guerra, que es "la madre de la revolución". De esto solo tomaron nota en Rusia tiempo después.
En sus últimas horas de vida, Jaurès quiso reunirse con el gobierno francés. Se habían prohibido las manifestaciones de la CGT y comenzaban los preparativos bélicos en Berlín y San Petersburgo. El socialista acusaba a su gobierno de debilidad frente a Rusia, que iba a conseguir arrastrar a la república a la guerra. En este cómic, se le considera el primer muerto de la Primera Guerra Mundial. Había elegido, sentencia, "combatir ese engranaje inevitable, rechazando la fatalidad del nacionalismo y el odio". No hay que olvidarle.