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vals para hormigas  / OPINIÓN

Wonderwall en el karaoke

29/07/2020 - 

La pinta de una yarda es una jarra de cerca de un metro de larga con una base redondeada para que no se pueda posar en ningún sitio. Se llena de cerveza y se bebe de un trago, entre apuestas, risas, borbotones y jaleos. Lo aprendí en Preston, Lancashire, cuando protagonicé uno de los mayores fracasos jamás vividos por un español en las islas. En esas islas. La yarda de cerveza es una tradición exagerada y absurda, pero tiene su público entre unos ciudadanos que están condenados a vivir entre sus hogares y el pub porque no hay manera de disfrutar de un rayo de sol ni en junio a mediodía. Y sé que también se practica en los locales ingleses de nuestra contornada, porque lo he visto anunciado en los carteles que mezclan la sangría con el fish and chips. Un plato eminentemente británico que, por cierto, nació en Cádiz. Este verano en el que solo corre el aire, hemos demostrado que necesitamos la yarda de cerveza.

Boris Johnson, al parecer, quiere que los británicos se dejen el sueldo en casa. Y se escuda tras un ejército de excusas sanitarias para someter a cuarentena a todos los que visiten España. El terremoto es homérico. Porque ese afán desmedido por convertir la Costa Blanca en la Florida del Mediterráneo, en Alifornia, nos ha dejado tan desnudos como al más egregio emperador del turismo. No tenemos más. Y aunque no confraternicemos, aunque se agrupen en guetos, aunque apenas sepan pronunciar las cuatro palabras en español que aprenden en una semana los alemanes, por ejemplo, necesitamos a los ingleses. Imperiosamente, como les gusta a ellos. Somos el patio de atrás de la Commonwealth, con vistas al mar.

Necesitamos la yarda de cerveza como necesitamos los conciertos de Bonnie Tyler, los karaokes en los que se desgañitan con I dreamed a dream y los televisores que emiten la copa de las naciones de cricket. Necesitamos nuestro inglés de trapo y su castellano de mínimos. Necesitamos sus restaurantes que mezclan la gastronomía asiática con la mexicana, las pizzas, las hamburguesas y las paellas para ingleses. Necesitamos ver de vez en cuando un coche que nos adelanta con el volante a la derecha. Necesitamos sus posters de Benidorm en las habitaciones de estudiantes. Necesitamos que los marineros españoles sigan siendo lo más exótico que visite un pub de Wigan, de Sheffield o de Birmingham. Necesitamos que las antenas sintonicen Channel 4. Y, si es posible, la BBC. Necesitamos que siga siendo más barato vivir en España y viajar dos veces a la semana a Londres por trabajo que vivir en Londres sin compartir piso. Necesitamos que nos invadan los súbditos de Isabel II porque así lo hemos decidido, porque así lo hemos fomentado, porque así lo hemos urbanizado y construido y regulado y porque así nos ha ido bien antes de que el mundo se partiera en pedazos en este 2020 de pesadilla.

Eso sí, puestos a pedir, también estaría bien que no fuera el profesor John Sanderson el único que programa a Shakespeare en su lengua original. Que estableciéramos vínculos más dinámicos con los residentes de todas las procedencias. Que incluso se crearan puentes de colaboración de negocios entre países. Que creyéramos de verdad en Europa. Y que fuéramos variando el catálogo de servicios, porque el vacío que deja una versión de Wonderwall berreada en un karaoke después de una yarda de cerveza ha resultado ser un agujero negro interestelar.

@Faroimpostor

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