Valencia Plaza

el estado de alarma en el palmar

La batalla al virus entre cañas y barro

  • Fachada de una viviena de El Palmar, con el Cristo de La Salud en una de sus ventanas. Foto: EVA MÁÑEZ

VALÈNCIA. Discurrir ahora por la CV-500 es constatar cómo cambia lo importante cuando hay algo urgente. Su ampliación era motivo de batalla hace medio año. Hoy aquello es apenas un vago recuerdo sepultado por el nuevo frente contra el coronavirus. La punta de lanza ya no es descongestionar la carretera; ya no hace falta. Ahora se trata de intentar llenarla. Cuanto antes. De coches de autoescuela, bicicletas domingueras y tractores de cualquier tamaño, también de turismos. Eso nos dirá que las barcas retornan a l'Albufera, de donde nunca debieron desaparecer; que las familias abarrotan los embarcaderos; las parejas que aspiran a serlo, los turistas endógenos, también los exógenos. Que los hornos recuperan el vigor en sus fogones y que los restaurantes de El Palmar se dan de nuevo a la picaeta, a la paella y al all i pebre sin miedo al contagio.

Pero hasta que eso ocurra, dormita el pueblo en el que Blasco Ibáñez dibujó Cañas y barro. Lo intenta. O parece intentarlo, porque algunas de las usanzas abonadas durante años y años se resisten a abandonar el día a día. La batalla de El Palmar contra el virus es también la batalla de El Palmar contra sí mismo, contra la propia naturaleza de vivir a la orilla de una albufera viva. "Aquí la gente pues no tiene otra cosa que hacer: hacia arriba, hacia abajo, caminar", que dice un hombre de tallo grueso. El virus puede haber instalado la incertidumbre o el miedo, pero las mañanas en El Palmar siguen asistiendo a un desfile que, aunque de cadencia más perezosa que antes, no deja de ser familiar.

No es otra cosa que el flujo de un cuerpo en reposo que procesiona hacia el corazón, las tiendas de ultramarinos, los hornos, la carnicería o la farmacia, y vuelve a dispersarse por todo el organismo hasta cada portal. El camino se presta a la conversación distendida pese a la distancia, a la socialización en tiempos de necesario confinamiento frente a restaurantes mudos de impotencia. "Ale, ya me vuelvo a casa. Sí, mira. Qué le vamos a hacer". Las bolsas no van llenas. Pero más allá de todo ello, la ley se cumple a rajatabla, especialmente por las tardes.

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