Eugenio Viñas ya le rindió homenaje en esta contundente entrevista publicada en Culturplaza. Yo la leí y dije: «jolín, menuda potencia de vida, y qué bien la ha puesto por escrito nuestro Viñas». En anteriores ocasiones, me encontré con la rúbrica de María Ángeles Arazo (València, 1930) en la llamarada que despertó mi reportaje sobre la existencia intensa del empresario hostelero Ramón Martínez Arolas. En una página de un antiguo número Las Provincias dedicado a la noche y sus mágicos efluvios, Arazo escribía: «La plaza es céntrica y recoleta a un tiempo, la plaza, a pesar de todo, es moderna y tiene una fuente que mana sin cesar». En la imagen que se creó de la plaza en mi cabeza —a pesar de todo— me vi tomando café con ella en una cafetería de luz paliducha con cristaleras hasta el suelo y camareras sonrientes. A las semanas, estaba enfrente de María Ángeles y una camarera que sonreía hasta convertir sus comisuras en búmerangs mientras pronunciaba muy alto y rápido: «¿Mariangelesbonicaquehacedosdíasquenoteveo,vasaquereruncroissantconelcafé?».
No hubo croissant, pero sí un diálogo crujiente sobre el periodismo costumbrista de antes y de ahora. Blasco Ibáñez escribió La Barraca, yo chapé Barraca y María Ángeles Arazo se adentró en la casa de Ibáñez cuando era una asentamiento gitano. Tuvo narrativa para un extenso reportaje.
Su vida resumida en lo que tarda un azucarillo en disolverse dentro del café
Arazo estudió la licenciatura en Ciencias de la Comunicación —por aquel entonces la rama no se había partido en Comunicación Audiovisual, Periodismo y Publicidad— en la Universidad Complutense de Madrid. «Desde 57 al 60, fue la llamada “promoción de la riada”. Jesús Hermida fue el primero de la promoción. Durante tres años iba una semana sí, una semana no, a Madrid, porque aquí en València estaba en la escuela y tenía que alternar —también fue Profesora de Enseñanza General Básica—».
¿El porqué de querer ser periodista? «Porque me gustaba contar lo que veía. Pero me sabe mal repetirme, que esto ya se lo dije a tu compañero (Eugenio Viñas)». Lo resumo: María Ángeles se inclinó hacia el reportaje social, cuando ni siquiera era una temática. Mundo rural, colectivos en riesgo de exclusión social, folclore y costumbres ancestrales. La Leyla Guerreiro del cap i casal. «Pegado al muro de la estación de tren había un grupo de chabolas. Se me ocurrió entrar y entrevistar a los gitanos que vivían allí. Llamó mucho la atención, hasta entonces no se hacían reportajes así, en profundidad. Y aún menos una mujer jovencísima, que es lo que era por aquel entonces».
«Más que los reportajes, me han interesado las personas de los reportajes. Recuerdo un matrimonio de la Serranía, eran pobres, pobres. Andaban de un pueblo a otro, con todos sus hijos. Ella había parido varias veces por el camino, se llevaban una tijera para cortar el cordón umbilical. Hablé con la mujer repetidas veces, me empapé de su historia. Fíjate, ese personaje no es el objeto de un reportaje, es una figura, es un ser humano».
Arazo habla despacio, modulando la voz y manteniendo el mismo tono para contar las tribulaciones de los desfavorecidos que para entrevistar a la jet set valenciana de los setenta y ochenta. Durante los 50 fue coworker —y siguió las órdenes— de la también mítica María Consuelo Reyna. Vicent Andrés Estellés fue otro de sus directores. Sus reportajes se han podido leer en el Levante-EMV, en Las Provincias y en multitud de revistas culturales.
Tiene 90 años, y sigue en activo: es redactora de Las Provincias, medio en el que escribe de cultura, arte y sociedad. Y además, sabe todo lo que hay que saber sobre gastronomía regional.