La Plaça del Merçat es un hormiguero. Turistas que pasan en rebaños detrás de un palo de golf con una banderita en la punta o un paraguas de colores, otros que andan sueltos con una maletita a rastras que no para de tabletear, valencianos cargados de bolsas llenas de tomates del Perelló, un pescado y las primeras brevas de la temporada… Y allí en medio, como una isla en mitad del océano, una chica, Renata, se contonea mientras toca el violín. La gente, sorprendida, se para a verla, a escucharla, a deleitarse con ese sonido que vence al bullicio que siempre rodea el Mercado Central y la Lonja, definitivamente devorados por el turismo. Algunos viajeros, agotados, encuentran ahí un pretexto para sentarse en los escalones de la Lonja y escuchar la armonía del Another Love de Tom Odell.
La música se pega como la resina y algunos extranjeros tararean la letra en silencio:
And I’d sing a song that’d be just ours (Y cantaría una canción, que sería solo nuestra) /
But I sang ‘em all to another heart (Pero se las he cantado todas a otro corazón) /
And I wanna cry, I wanna learn to love (Y quiero llorar, quiero aprender a amar) /
But all my tears have been used up (Pero he gastado todas mis lágrimas).