El bar Mestalla está cerrando. Un camarero barre el suelo con prisas. Al fondo se escucha ruido de vajilla y las luces están apagadas. Unos clientes algo remolones acaban de irse. Son las cuatro y media de la tarde y el bar, un bar de los de toda la vida, un bar con máquina de tabaco y tragaperras, está listo para bajar la persiana hasta el día siguiente. Ahora cierra por las tardes. Jesús Alfaro, que es quien lo dirige porque La Mari, Mari Tere, que ha sido la jefa toda la vida, está malita, prefiere centrarse en sus dos fuertes: los almuerzos y las comidas.
La Mari está sentada fuera, en la terraza, a la sombra de un árbol, con la mirada perdida. A La Mari se le escapa cada día algún pájaro de la cabeza, pero muchos clientes lo saben y a Jesús le gusta llevarla para que hablen con ella y le sigan el rollo. Lo cuenta y se escucha un crujido del alma. “La vida es así, tiene estas cosas y ahora me ha tocado a mí”, dice con los ojos vidriosos. Juntos han pasado una vida, han formado una familia y han sacado adelante un bar con más de cincuenta años de historia. Pero ahora todo depende de él.
En la calle Micer Mascó siempre hubo un Bar Mestalla. “Esta finca tiene cien años y, que yo sepa, en la planta baja siempre ha habido un bar. Y antes de que se lo quedara mi mujer, ya se llamaba Bar Mestalla”. La Mari nació hace 72 años en Valhermoso de la Fuente, una aldea de Cuenca, pero luego se fueron a vivir a Motilla del Palancar y cuando Mari Tere era aún “muy jovencita” se vinieron a València. Los hermanos se quedaron la bodega que había justo al lado, y ella, en 1971, se puso al frente del bar. Jesús, que tiene 66 años, seis menos que su mujer, es del Grao y siempre ha trabajado en la hostelería. Primero en el Centro Aragonés, y después en un bingo. A Mari Tere le gustaba ir de vez en cuando a jugar unos cartones y cuando veía a Jesús le decía que era muy tontín. “Y fíjate cómo hemos acabado”.