Se dice que hay comidas que entran por los ojos. Otras —esto es cosecha propia—, por las palabras. Si no me creen, probemos. Pionono. Matambre. Una segunda vez: pionono, matambre. Al oírlas es fácil que nuestro pensamiento llegue hasta la comida, pero seguramente vaya más allá. Por ejemplo, que veamos a una madre arrullando a su bebé (pionono) o a guerreros que con sus lanzas y machetes vienen a calmarnos el apetito (matambres). Pionono y matambre son los nombres de dos de los platos más esperados en las mesas durante la Navidad y fin de año en la Argentina —pongo el artículo delante porque quienes me han hablado de sus entresijos son Gabriel Viñals y Stella Pons, ambos argentinos, ambos nacidos en dos ciudades a 3.000 kilómetros de distancia y que durante un tiempo se llamaron igual: Eva Perón—. En este artículo tenía que caber la nostalgia —2020 es el año de la nostalgia, de lo que fue y lo que no ha sido—. Voy a intentar explicarme.
El pionono salado es una deriva del pionono dulce (hay quienes apuntan a que el dulce fue un homenaje del español Ceferino Isla al Papa Pío IX). Del pionono que les voy a hablar está relleno de queso, pimiento asado, jamón de York y palmito, además de mayonesa. El matambre es un corte de carne argentino, una capa delgada de carne magra que se saca de entre el cuero y el costillar de la vaca, a la que, antes de cocer y convertirla en matambre arrollado, se le añade un majado (de ajo, perejil, queso y pan rallado), huevo duro, zanahoria cruda, pimiento rojo asado, guisantes y poco más. Da la casualidad de que los dos se sirven enrollados y fríos. De que ambos podrían ser la misma ciudad solo que en distintas épocas del año. A las que me iría ahora mismo, si se nos permitiera viajar. Pero estamos en 2020 y eso es como si no existieran los aviones ni el turismo. Otra vez la nostalgia.