Una ciudad cualquiera para pelearse por un buñuelo. Pero esa ciudad suele ser Madrid o Barcelona. Tacones, corbatas y zapatillas con traje como tarjeta identificativa de los profesionales creativos, que quieren diferenciarse respecto a los directivos a base de una mezcla tensa de informalidad.
Como regla general, los caterings tipo cocktail atentan contra las normas de urbanismo. También como regla general, los directivos son hombres. Todos juntos son un mar gris, cobalto, blanco y negro. Pero poco negro. El negro negro se reserva para los uniformes de los camareros. El blanco* de la piel sí que es un factor común entre los directivos.
*Blanco que en estas fechas ya ha pasado por la costa y es un bronce singular que no se adquiere yendo a Pinedo.
Yo he visto cosas que vosotros no creeríais. Atacar bandejas de croquetas en llamas nada más salir de la zona de pase. He visto miniraciones de paella brillar en la oscuridad cerca de la puerta del baño —siempre ocupado—. Todos esos momentos se repetirán en el tiempo, como días de sol en València. Es hora de pedir cena real.
He visto un par de veces Blade Runner y muchos afterworks, caterings, refrigerios, homenajes, aniversarios, despedidas, encuentros, jornadas, congresos, piscolabis, workshops, seminarios, simposios, convenciones, trainings, recepciones, galardones, certámenes. Los he visto desde el otro lado de la bandeja —la hostelería es la mili de los millenials—, desde el hambre de ser becaria y sentada en el ángulo agudo de tener paladar pero no estabilidad económica. Es decir, desde la indiferencia y el ¿orgullo? de evadir el consumo de saquitos de hojaldre rellenos de verduras blandurrias que reposan en una bandejita de pizarra con una salsa sin filiación.