27 de mayo de 2019. Tras las elecciones municipales, autonómicas y europeas, la izquierda ha sido arrasada, perdiendo prácticamente todos sus bastiones. La derecha tricéfala controla casi todo el país.
¿Todo? No. En una remota aldea, un grupo de dirigentes socialistas, liderados por Pedro Sánchez, resiste, ahora y siempre, al invasor. Desde la Moncloa, y con ayuda del BOE mágico que proclama decretos ley a velocidad endiablada, el presidente del Gobierno continúa en pie. Es lo único que continúa en pie, de hecho.
Este escenario apocalíptico (desde el punto de vista de la izquierda) resultaba improbable hace sólo unos meses. La sorprendente llegada al poder de Pedro Sánchez, merced a una moción de censura contra Mariano Rajoy en el mes de mayo, había dado alas al PSOE, que salía destacado en casi todos los sondeos (sobre todo, en los elaborados desde la Ejecutiva del PSOE, es decir: el sondeo del CIS). La derecha parecía empeñada en una guerra sin fin entre PP y Ciudadanos, que también había tensionado, más aún, la cuerda ideológica e identitaria. La derecha estaba totalmente descolocada tras la pérdida del poder y el PSOE y su aliado Podemos, que ya gobernaban coaligados en las principales ciudades y en la mitad de las comunidades autónomas, aspiraban a rematar la faena en los comicios de 2019.
Pero las elecciones andaluzas acabaron con cualquier ensoñación de mayoría izquierdista que uno pudiera imaginarse. La entrada de Vox no sólo no ha debilitado inicialmente al PP ni a Ciudadanos, sino que ha aumentado la oferta electoral y la diversificación del voto del centro derecha. Los cálculos de los asesores de Sánchez se basaban en que Vox obtuviese entre un 3% y un 5% de los votos, porcentaje que nunca o casi nunca obtendría representación. En especial, de cara a unas Elecciones Generales, donde la mayoría de las provincias reparten un número muy bajo de diputados, que oscila entre 3 y 6. En esas condiciones, votar a Vox sería tirar el voto. La derecha perdería ese 4% de los votos a cambio de sacar, como mucho, un par de escaños en Madrid por parte de Vox. Y el PSOE, como partido más votado, maximizaría beneficios.
Sin embargo, Vox ha entrado con tanta fuerza que quien ha perdido el poder, por ahora, es el PSOE en Andalucía, su joya de la corona. Una noticia inequívocamente positiva para la salud del sistema democrático (que por fin haya alternancia en Andalucía, tras 36 años de hegemonía socialista), mancillada por la naturaleza de dicha alternancia, aupada en un partido ultraderechista. Con envidiable capacidad autodestructiva, Susana Díaz señaló el camino de la debacle de la izquierda, perdiendo la comunidad autónoma más importante y el tradicional núcleo de poder de los socialistas. Ahora, para rematar el asunto, tenemos a Podemos inmolándose en el ya tradicional cainismo de la izquierda española. En el PP se frotan las manos. Pedro Sánchez, por su parte, cautivo y desarmado, ... ¡también!