Valencia Plaza

Por algunos platos no pasan los años

Olla de Requena, así de sencilla

Hay guisos que, por su sencillez, han sobrevivido a las nevadas históricas, a los desplomes del precio del petróleo y a los vuelos rojos de la perdiz. Hay pueblos a los que uno tendría que ir, al menos, una vez en la vida. También hay tramos de carreteras por las que uno pagaría por circular. El que va desde Requena a Los Isidros, en la N-322, pertenece a este grupo. El pasado 8 de marzo fui hasta allí para que la escritora Elena Casero y Vicente Andreu me mostraran cómo se prepara la olla de pueblo —la del suyo—. El viaje de ida fue hermoso, por aquello de conducir con la carretera para mí solo, por aquello de cruzar viñedos, avistar torcaces, seguir las curvas calizas de los barrancos o la espesura de los pinares, que es donde en un tiempo, se decía, descansaban las ardillas verdes que cruzaban la Península Ibérica.

A primera vista, el rostro de Vicente Andreu, el cocinero, parece el de un personaje bíblico. O el de un mago. Tiene el pelo de mago, sí, la barba de mago, las manos del tamaño de una de esas palomas blancas que siempre aparecen en cada función. “Vamos a hacer la famosa olla de pueblo u olla de Requena”, me dice como si fuese un ilusionista que se dirige a la persona que ha salido voluntaria de entre el público. Él y Elena están junto a la lumbre, donde ya ha empezado a bullir el agua y en la que ya bailan las judías y los huesos y otras partes del cerdo. El cerdo es mago, la carne de cerdo, mágica. Veo que en dos platos aparte aún reserva el nabicol y la penca. La receta se la dio Elena, a Elena se la pasó su madre, a su madre la abuela. Las mujeres han cocinado más ollas que todos los magos del mundo juntos. Los hombres han plantado pinos en el monte y, más tarde, los han cortado en troncos servibles para el hogar y, luego, las mujeres han puesto las ollas con agua a calentar y han plantado cara al hambre con este tipo de guisos en los que se aprovechaba lo poco que se tenía. De nuevo la sencillez. Esto no quita para que la magia siga en pie. Elena ha vivido casi toda su vida en València, “venía al pueblo a pasar los veranos y las fiestas, y no había preparado una olla hasta que nos vinimos a vivir a Los Isidros”.

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