Noël Ribes es como un caballero de otro tiempo. Este anticuario de cincuenta años viste actualizado, con su camisa con la calavera de Scalpers y unos tejanos pitillo, pero sus modales, exquisitos, sus uñas cuidadas y un rostro afilado le dan un aire de dandi. Es un perfil que cae de pie en su negocio, donde tiene que tratar con algunas de las mayores fortunas de la ciudad, con familias de ilustre abolengo o con expertos en pintura o cerámica.
La diéresis de su nombre es la herencia francesa de su madre, una mujer que se dedicaba a la interpretación y que en un viaje a España se enamoró de su padre, Salvador Ribes, el fundador del negocio, un hombre autodidacta que se dedicó a la venta de antigüedades simplemente porque le gustaban. Aquel hombre montó una tienda donde estaba la portería del edificio donde vivían los Ribes en Ciutat Vella, pero cuando comenzó a prosperar, hace 35 o 40 años, se mudó a su ubicación actual, en la calle Vilaragut, junto a la ostentosa Poeta Querol.
Allí, en un espacio diminuto, el interiorista Luis Navarro hizo magia: excavó un poco y así fue capaz de sacar tres alturas. Salvador Ribes y su mujer tuvieron mellizos. Uno hizo una ingeniería y tiró hacia lo industrial, pero al otro le cautivó este mundo consagrado a la belleza. Su padre, en lugar de tenerlo de meritorio, como hacían casi todos con sus hijos, le dio libertad a Noël para que fuera viajando, comprando, equivocándose… “A mí me gustaba desde pequeño y, de hecho, le acompañaba a algunos viajes con 14 o 15 años. Me gustaba comprar y poder descubrir algún objeto por estudiar. Pero mis padres nunca me influyeron. Yo empecé Económicas porque no sabía qué hacer y cuando vi que no me gustaba me lancé a esto”.
El joven aprendiz dejó los números y se fue a Francia a estudiar Historia del Arte y Arqueología en la Universidad Lyon 2. De algo tenía que servir la influencia materna y los años en el Liceo Francés. Luego volvió a València, mejoró su inglés y se marchó a Londres para hacer un máster y las prácticas en Sotheby’s, una de las dos grandes casas de subastas, junto a Christie’s, que hay en el mundo.
Además de la parte académica también trabajó mucho la práctica. En Londres no paraba de buscar piezas que pudiera vender luego en España. Así fue educando el gusto. Porque el sello de los Ribes nunca fueron las firmas, sino el buen gusto. “No es la opción más comercial, pero sí la que más te hace disfrutar. Son años y años de estudio, de ver museos, de ir a subastas, a otros anticuarios… Y al final el ojo se va entrenando e inconscientemente va distinguiendo lo que es bello de lo que no. Esta es una profesión difícil, pero tienes libertad de horarios y no tienes jefes”. En Londres aprendió mucho. En Sotheby’s, una casa de subastas que define como “un hormiguero donde no paran de entrar y salir obras”, iba con los profesores al British Museum y allí les abrían las vitrinas para que pudieran ver las piezas de cerca y tocarlas.
Una Virgen Inmaculada
En su anticuario, Noël lo hace casi todo: compras, ventas, visitas a clientes, viajes, embalaje, contabilidad, redes sociales… Mucha veces, además, le toca estudiar o investigar acerca de algún objeto y otras le toca confiar en las sabias manos de un restaurador para poner la obra a punto antes de sacarla a la venta. Así es desde hace trece años, cuando se jubiló su padre y se quedó él al mando. Antes estuvo otros quince años trabajando con el fundador.