Helado en barra de turrón, el más barato. Ajoblanco en brick. Piparras. Barquillos cuadrados para el helado, hay que tener un poco de coherencia. Aquarius. Zumo de piña. Yogures en frasco de cristal, por lo del ASMR al golpear el fondo del envase con la cucharilla. Mortadela boloñesa
Pilas de botón para el termómetro.
La historia que leeréis a continuación no os sorprenderá, porque cualquiera que haya sufrido los efectos de la Moderna, Pfizer u homólogas, estará familiarizado con ese estado catatónico y febril, que no es una enfermedad, porque las vacunas son para evitar enfermedades, propio de los efectos secundarios de la vacunación contra el coronavirus.
Con fiebre y el pelo como si saliera de un cumpleaños en Camelot Park, bajé al supermercado.
Después, escribí este artículo.
La Bottega, un estupendérrimo puesto de productos italianos del Mercado de Rojas Clemente, ya estaba cerrado, que si no, me habría provisto de mortadela de pistacho o de trufa. También podría haber ido a La Salumeria Italiana —tenemos que hablar de ella— o haberme armado de salud y compañía para ir a alguna de estas Italias.
Quería indulgencia que pudiera cortar y/o consumir empleando un solo brazo. El otro pertenecía a Moderna.
Pero compré mortadela Ferrarini del supermercado y descongelé una rebanada de hogaza de Mòlt. Y me acordé de la historia de la mortadela boloñesa.
Disclaimer: La noche anterior al antojo de mortadela tuve un delirio tipo crossover entre La guerra de los mundos, Mecanoscrit del segon origen y la operación Goleta-Gratil. Puede que en el texto que viene a continuación la imaginación vaya por delante de la historia gastronómica.
La historia del fiambre que aquí nos ocupa
La enciclopedia Larousse de cocina es escueta con la definición de la mortadela: dice algo así como que es un embutido de origen italiano que proviene de la ciudad de Bolonia y que se cree que la receta original se inventó en 1661. En los siglos XVI y XVII en Bolonia el cerdo era rey. De hecho, se celebraba La Fiesta del Lechón, un festejo que reunía a todos los estamentos de la sociedad boloñesa. Durante el evento, había baile, comida, música y una especie de performance con decorado en la que el cerdo hacía las veces de protagonista y de proyectil. Cuando nobles y humildes estaban extasiados del juego, “el lechón era arrojado a la multitud harapienta para ser despedazado entre sacudidas de puños”, cuenta John Dickie en Delizia!.