Valencia Plaza

el muro

¡Más madera!

  • Aparcamiento saturado de bicicletas junto a la Lonja de València. Foto: KIKE TABERNER

El término movilidad sostenible cuesta entenderlo en su integridad más absoluta. Cada día, un poco más. Me muevo y sostengo. Lo pienso buscando una interpretación etimológica. Circulo por la ciudad con frecuencia diaria, pero no siempre de forma sostenible, según lo que el sistema municipal quiere indicarme. Sin embargo, desde hace tiempo la insostenibilidad forma parte de mi actual forma de vida urbana. O eso noto. Sobre todo en el centro de Valencia o en los barrios que se han puesto chics. No es rebeldía, simplemente un mero intento de comprensión analítica.

Soy ciclista dominguero. Resulta muy interesante el anillo ciclista que el Ayuntamiento de Valencia nos ha ido construyendo sin freno durante los últimos años -tengo también otras observaciones y matizaciones lógicas y racionales al respecto- pero, al mismo tiempo, también soy peatón y conductor. Camino a diario por una ciudad que se me está haciendo más complicada, más obtusa, a veces menos social y amable, más complicada e insostenible. Hasta abruma en algunos momentos y aspectos. Es mi impresión.

Cuando circulo en moto o coche he de entrar en algunas calles céntricas efectuando paradas atropelladas por miedo a pisar a un ciclista entre peatones, pero cuando soy peatón el ciclista no se fija en mí. Es mi experiencia. Hasta me insultan por pisar su territorio. Debe formar parte de un nuevo lenguaje social, ese en el que el compromiso ciudadano es para lo que interesa y no resulta igual para todos.

Pero más allá de ser ciudadano tolerante, ciclista dominguero para creer reducir el colesterol y ciudadano casi ejemplar, al día de sus impuestos, he de añadir que llenar nuestras calles de inmovilidades insostenibles se ha convertido en deporte autóctono y local. Y va a más, como no pongamos freno.

Valencia es una ciudad, antes que de ciclistas, de motoristas, pero los problemas para encontrar zonas de aparcamiento se han convertido en una apología de Job. Y que no te multen por subir a la acera en un momento de desesperación. Que no se me enfade Grezzi, nuestro concejal, el mismo que recibe justa o injustamente bofetadas diarias y a veces de forma muy oportuna o inoportuna. Pero se le ha ido la mano en esto de su cruzada personal contra el tráfico porque lo que está generando es el efecto contrario. El no tráfico, o el caos traumático del tráfico con lo que genera más polución, lío y cabreo generalizado, tanto de los conductores como de los usuarios del transporte público.

A veces el consistorio  parece no pensar dos veces una decisión. Ejecuta a golpes y sin apenas informar. Somos hijos de la sorpresa municipal.

Un ejemplo. El día de Reyes dediqué la mañana a pasear por el centro de la ciudad. Disfrutábamos de un gran clima. Le comenté a mi pareja lo fantástico que sería tener siempre la Plaza del Ayuntamiento disponible para uso peatonal. No habría otra en su escala. Hasta diseñamos posibles salidas de buses y opciones de ocio. Idealizamos y comparábamos con otras ciudades europeas conocidas. Soñamos hasta opciones urbanísticas.

Pero al mismo tiempo, cuando hice el último comentario idealizando una gran plaza central al estilo alemán mi interlocutora me respondió que sí, pero que seguro en unos días todo estaría lleno de mesas, postes, jardineras, elementos urbanos y bicicletas rodeándonos. Así fue, por sorpresa. Nos apartamos a la carrera. “Sólo faltarán los patinetes”, concluyó de forma acertada. Y yo que me había puesto hasta romántico, caí desplomado ante la razón.

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