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El callejero

Manolo convierte la tecnología en un juego de niños

  • Foto: MARGA FERRER

Manolo parece uno de esos adultos que no han escapado de la niñez. Y aunque a veces se pone muy serio, en seguida le sale la vis cómica para hacer un chiste o gastar una broma. Nada más llegar, nos recibe con una hornada de cacas de plástico con ojos, como las del emoji, que acaba de sacar de unas impresoras 3D. Unas son rosas y otras, azul cobalto. Tienen un agujero debajo para meter la cabecera de un lápiz y así redondear la gracia de que es "una mierda pinchada en un palo...". Con ese recibimiento, uno ya puede esperar cualquier cosa de la entrevista con este hombre entregado a la tecnología enfocada a la educación de los niños.

Eso, la docencia, lo hace en su academia, Nube7, y en los tres colegios públicos del barrio donde está, en Ruzafa: Balmes, Alejandra Soler y San Juan de Ribera. Manolo Serrano, que está frisando los cincuenta años, parece un vikingo con su gran estatura, rondando el 1,90, su melena rubia recogida en una coleta y los ojos del color del agua de Formentera. Un tipo con las manos grandes y los pies grandes que viste con una camiseta negra y unos estridentes pantalones naranjas con el camal muy ancho. Al día siguiente tiene previsto viajar a Irlanda para visitar a su hijo el mayor, Pau, que está estudiando allí y le ha suplicado que no vaya "con los pantalones cagados".

A su lado, casi como un contrapeso, está Marilís, su compañera en la academia, una mujer más mayor y con un aspecto mucho más formal que refuerza con unas gafas redondas de metal. "Es mi ángel de la guarda", la presenta Manolo con cariño antes de explicar, todo franqueza, la historia de cómo se cruzó en su vida. "Mi padre tiene una farmacia en Paterna y Marilís entró a trabajar ahí en 1975, con solo quince años. Yo tenía dos y mi hermano Eduardo, nueve meses. Mucho después, mi hermana María se murió con veinte años en un accidente de coche y mis padres, después de dos años en los que se querían suicidar porque fue un golpe muy duro, se separaron. A mi padre le entró la 'pitopausia', nos dijo que nos olvidáramos de que existía y, cuando yo tenía 26 años, se fue a por tabaco... Marilís y yo somos de Paterna. Somos familia, pero no de sangre".

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