Saltaba a la vista que la evolución gastronómica de Manaw durante los últimos años ya no casaba con el espacio en el que Miguel Ángel Pisano abrió por primera vez este restaurante en 2018. Era un local con una sala de tan solo 30 metros cuadrados, que obligaba a trabajar con mesas pequeñas y demasiado juntas. Estas dimensiones tampoco permitían tener una barra en condiciones para desarrollar las propuestas de coctelería del restaurante, que además son muy importantes para Miguel, cuyo primer contacto profesional con el mundo de la hostelería se produjo precisamente en ese campo.
Manaw ha dado un salto de pértiga desde sus inicios como restaurante de fusión asiática-latina hasta su propuesta actual, mucho más ambiciosa y centrada en la cocina japo-peruana, con sus deliciosos nigiris como marca distintiva. Poco a poco, la carta se fue refinando e incorporando materias primas de mucha calidad, cosa que tuvo un cierto impacto en el ticket medio -en el momento de la mudanza al nuevo local oscilaba entre los 50 y los 60 euros-. Miguel, que no solo es un cocinero perfeccionista, sino también un empresario con sentido común, sabía que las limitaciones del local estaban estrechando también sus posibilidades de crecer gastronómicamente y entrar a formar parte de las grandes ligas de la restauración asiática.
Así, tras dos años de búsqueda y más de seis meses de reformas, Manaw finalmente ha abierto sus puertas en un espacio a la altura de sus aspiraciones. Está situado en la calle San Andrés, número 4, en una calle recoleta pero muy céntrica y cercana al emblemático Palacio del Marqués de Dos Aguas. Se trata del local que antes ocupaba La Osteria del Poeta, aunque muchas más personas lo conocen por su pasado como bocatería; se llamaba Ñam Ñam y llegó a ser bastante popular.
“Es un local que está en el centro, pero que tienes que ir a buscar. Eso me gusta, porque no buscábamos un lugar de paso de turistas. No somos un restaurante de batalla o para improvisar entrar a consumir algo rápido”, razona Miguel.