He evitado hablar insistentemente de Cataluña, su prusés y su campaña electoral. Pero en las últimas horas de esta anómala campaña, merece nuestra atención. Digo anómala no porque haya un ex presidente autonómico de vacaciones en Bélgica y haciendo campaña desde el plasma –vaya, tanto que se habló del plasma de Rajoy–, ni es anómala porque otro candidato en prisión aproveche la llamada a sus familiares para ofrecer una entrevista en la radio catalana. Sino que lo es porque no deberían producirse dichas elecciones. En primer lugar, porque no deberíamos haber llegado hasta la famosa DUI del 1-O y en segunda instancia porque la aplicación del artículo 155, si de verdad pretendía restablecer el orden constitucional y cierta cordura en una sociedad extremadamente ideologizada y con una clase política altamente corrupta, debería haberse prologando varios meses, y haberse visibilizado. ¿Alguien se cree que Soraya ha sido presidente del gobierno catalán?
Llegados a este punto, este jueves de solsticio de invierno los catalanes tienen una ocasión histórica para enderezar el rumbo de una tierra privilegiada con un territorio de costa y de montaña probablemente de los más bellos de Europa, un potencial industrial y empresarial auspiciado desde los años del franquismo, un potente clúster farmacéutico y una historia común primero en la Corona de Aragón y luego en España. Tierra ésta de grandes hombres de los que sentirnos tremendamente orgullosos. Porque hay que decirlo, la patria común de la que habla el texto constitucional nos engrandece y permite compartir la riqueza que supone la obra de Josep Pla o Salvador Dalí o actualmente de Joan Manuel Serrat o Isabel Coixet (no es una comparativa entre unos y otros, sino una simple muestra de catalanes conocidos por su trabajo). El patriotismo español que tan mal se ha explicado y fomentado, es integrador e inclusivo y genera un sano orgullo, frente al eterno cabreo y rabia contenida de los nacionalistas periféricos de España y de otros países.