Sin salirme de la continuista línea crítica sobre lo que concierne al mapa global de la escena valenciana, y tras haber arrastrado un largo puente azotado por la enseña patriótica local y nacional, esta semana la editorial Spectum Arts ha colocado en las estanterías metálicas de cientos de librerías del territorio español una novela narrada en el Cap i Casal. La lista de Ewa es pura ficción con ciertos guiños al pasado, con la chincheta fijada en el icono de la conciencia, reabriendo un serio debate sobre los derechos de las invisibles mujeres que ejercen la prostitución. Las grandes olvidadas. El libro, mecanografiado por Pepe Doménech, acaba revirtiendo en una orgía literaria, abocada a una crisis existencial del ficticio abogado defensor del supuesto y sospecho cliente de Ewa, fémina que libremente ejercía uno de los oficios más antiguos del planeta, que acabaría siendo asesinada.
Si nos remontamos al pasado, a la primavera de 1999, en un calendario azotado por las grandes reformas, cercano a la clausura de un siglo en el que todo tenía precio, todo se compraba, todo se vendía, hasta incluso las voluntades de las personas eran convertidas en mercancías, La lista de Ewa llega para remover conciencias. El asesinato de aquella señorita con don de gentes, elegante, coqueta, amante del lujo, discreta, que ponía precio a su cuerpo para quien pudiera satisfacer sus servicios económicamente. Casquivana según la moral de los más fervientes religiosos, consumida por sus propios seguidores, su asesinato pudo mancillar el honor de muchas de las familias de los clientes que festejaban en los regulares y asiduos encuentros que se celebraban en su apartamento. Se especuló mucho con la agenda de los irreductibles e innumerables amigos que la cortejaban. Nunca llegó a hacerse pública.