El Calypso de Jorge Cotino, un aparatoso reloj deportivo, marca las cuatro y media cuando aparece, puntual, por los Jardines del Antiguo Hospital, un lugar donde hay tantos árboles como contrastes, donde se cruzan los estudiantes con los sin techo, y los skaters con los turistas. Allí, donde el Muvim mira de lado a la biblioteca, Cotino parece andar de puntillas. No llama la atención a pesar de su camisa estampada. Es un hombre tranquilo con zonas oscuras que conviene no atravesar. Habla bajito, pero habla sin parar.
A sus 58 años, la vida parece no poder dar más giros. Y ahí está él, como un astronauta recién bajado de su nave espacial, algo aturdido pero firme, en pie. Ahora se le ve en paz, pero atrás han quedado tiempos turbulentos y hasta cuatro años viviendo a la intemperie y durmiendo en una boca de metro que parecía forzar la metáfora de una vida a punto de devorarle. Una relación complicada y tormentosa con su padre. La complicidad de una madre de otro tiempo. Los roces con los hermanos. Y el tópico de la familia que eliges.
Otro Cotino de Xirivella. Pero este acabó con los bolsillos vacíos después de algunas malas decisiones y algo de mala suerte. Su familia se dedicaba a la porcelana. A él le costó encontrar su camino. Lo intentó con Económicas y Filosofía, pero no encajó y fue Turismo la carrera que completó. Durante muchos años fue cambiando de empleos. “Trabajé en un par de despachos haciendo un poco de todo, llevando el papeleo, y aprovechando que hablaba inglés y francés. También trabajé de repartidor y hasta en la hostelería”.