Hace años un grupo de amigas sugirió vivir una experiencia única, irrepetible e inolvidable. Se trataba de ver amanecer en las aguas de la playa nudista ubicada junto al Dosel de Cullera, muy juntos y alborotados. A lo loco. Desenfreno total. No pude decir que no. Hubiera sido un mal gesto por mi parte.
Así que fui raudo y veloz. Hasta con prisas, no fuera que al llegar ya estuvieran en el agua y me perdiera los momentos de precalentamiento previo a mojarse sin el calor de los rayos del sol. Llegando, comprobé que algo fallaba. Demasiados coches. Pensé que era San Juan. Aparqué lejos del lugar de la cita. Cada vez que avanzaba caminando iban saliendo al encuentro más personas. Hasta creí estar en un rodaje de un capítulo de una serie o una película al estilo de The walking dead.
Cuando llegué lo entendí. En el aparcamiento original se había montado una fiestuqui de tres pares. Allí habría un millar de personas con la música desatada, toda la fiesta del mundo y mucha paz y más amor. Alguien había convocado una fiesta rave. Así que de baño nada. Decidieron que nos sumáramos a la rave. Ya no recuerdo más. La edad hace tener lagunas de memoria..
Por ello, no entiendo cómo se han puesto algunos de los nervios al desvelarse desde estas mismas páginas que cuatrocientas personas habían esquivado todas las trabas para celebrar hasta las cuatro de la madrugada una fiesta de poderío en la inutilizada estación de la línea 2 del Metro a su paso por la calle de Alicante, en el pasaje que cruza Germanías con Ramón y Cajal y sortea las vías de la estación del Norte que nadie se atreve a esconder pese a que en su momento el ministro Valverde estimó en 180 millones de euros —menudo viaje a Zúrich, camarada— y hoy ya se dispara hasta el infinito y mucho más.
Les mandaron policía para desalojarlos. Era la hora. Y eso que no había disjockeys, ni molestaban a nadie. Pero allí estaban. ¡Bien! Seguramente al Delegado del Gobierno, Juan Carlos Moragues, no le disgustó la idea. Le habría acompañado junto a mi amigo José Manuel Esteve para dar fe. Y muchos más se hubieran apuntado.
Los convocantes y asistentes, que es la lección que saco, sí que saben bien cómo utilizar espacios abandonados a su suerte por el escaso margen presupuestario que nos toca. No sé de qué se escandalizan algunos. Para qué queremos un sinfín de túneles inservibles y abandonados sin fecha de uso y cada día más obsoletos. Pues, para algo han de servir. Y si las fiestas de Nochevieja cada vez se ponen más caras, hay que rascar la imaginación y sacar partido a todo aquello que ya hemos pagado. Es más, recuperar lo realizado es una más que doble inversión. El agua corroe. Ya no sirve lo hecho. Es un gasto añadido para poner al día una inversión preocupante. Es un escándalo. Muy grave.