Sé que no es trascendental la respuesta, que podremos seguir viviendo y disfrutando en la mesa sin el consabido etiquetado, pero también es verdad que el mundo bien podría dividirse entre los que piensan que la gastronomía es un arte y los que piensan que no.
Puestos a partir a la humanidad, mi división preferida es esa que dice que en el mundo hay tres clases de personas: las que saben contar y las que no.
Pero vamos a ello: si por arte entendemos la maña para realizar cualquier actividad con sensibilidad, talento y gracia, ese qué arte tiene mi niño cuando hace una monería, convendremos todos que sí, pero si se trata de colarla entre disciplinas como la música, la literatura o la pintura, ahí ya tendremos nuestras dudas.
Partimos de entrada de que el concepto de arte es polisémico, escurridizo y móvil como pocos. Disciplinas como la arquitectura, el cine o la fotografía han adquirido la categoría de arte tardíamente y puede que los videojuegos, los tatuajes y quién sabe si las creaciones mentales transmitidas telepáticas lo hagan en un futuro. Del mismo modo que le han concedido el Nobel de literatura Dylan, ¿quién nos asegura que el próximo Nobel no se lo den a Ferrán Adrià por su capacidad para narrar historias a través de los platos?
Hagamos un esfuerzo no obstante por afinar, por delimitar los conceptos por movedizos que sean, no para establecer unas fronteras fijas, sino porque pensar en la esencia de las cosas es una forma de avanzar en su conocimiento. Y de paso para que no nos suceda como con el populismo, que si todo es arte, al final nada lo es.