VALÈNCIA. Seguramente no se lo imaginó nunca. Por muy consciente que fuera de la calidad de su trabajo, es prácticamente imposible que José María Benedito Mendoza pensara que su obra sería admirada 150 años después y tratada como una de las estrellas de un nuevo museo. Pero así es. Este jueves la Universitat de València inauguraba el Museu de Història Natural en el Campus de Burjassot, una cita en la que el rector Esteban Morcillo estuvo acompañado por el presidente de la Diputación de Valencia, Jorge Rodríguez; el secretario autonómico de Cultura, Albert Girona; y el decano de la Facultad de Ciencias Biológicas, Javier Lluch. Y en este nuevo museo, dirigido por Anna García Forner, el trabajo de Benedito Mendoza, una treintena de piezas, ocupa un papel más que destacado.
No en vano, como señaló el propio Morcillo, más que hablar de “un nacimiento”, lo de este jueves fue “un renacimiento”, el del antiguo gabinete de Historia Natural de la Universitat que “ya en el año 1932 estaba considerado como el segundo mejor de España”, tal y como recordó el rector. Un gabinete que debía mucho a Benedito Mendoza, un hombre de origen humilde, tanto que no se sabe en qué año nació. Fallecido en València en 1899, tras de sí dejó un legado que le ha sobrevivido como algunas obras de arte a sus creadores: en su caso, animales disecados. “Preparador en el Gabinete de Historia Natural de la Facultad de Valencia y especialista en la avifauna cinegética valenciana”, en la descripción que hace de él el CSIC, Benedito Mendoza tuvo la habilidad de hacer que las aves muertas aparentaran vivas.
Taxidermista primoroso, con él aprendieron el oficio dos de sus hijos, José María y Luis, que con el tiempo serían los mejores taxidermistas españoles y desarrollarían la mayor parte de su actividad profesional en el Museo Nacional de Ciencias Naturales de Madrid. “Sus hijos heredaron el negocio del padre y pronto se trasladaron a Madrid donde fueron muy reconocidos por su trabajo”, explica Sergio Montagud, conservador del nuevo museo junto a Natalia Conejero Ortega. “A partir de aquí, la familia no regresó a València”, apostilla. Quedaba su obra, unos animales disecados con la precisión de un orfebre, realizados con una maestría admirable, que tuvieron la fortuna de salvarse del incendio que en 1932 arrasó el mentado gabinete de la Universitat de València.