Hace un par de semanas fui a Losa del Obispo, a casa de Lola Rodrigo, para probar sus famosos pimientos rellenos, y llovía. Hoy llueve. Tanto que la gente ha inundado Instagram de reels y stories con el agua que ha caído en València en las últimas 24 horas. Quiero ver ahí una relación de afecto entre el agua y el cereal: los campos de l’Albufera son el Cielo donde van a parar las almas de los granos de arroz.
Lola Rodrigo Rodrigo tiene 79 años y es una mujer a quien todos los hijos le han salido con los ojos claros (un hijo y dos hijas), guapos como ella, como una pradera de arena limpia y posidonia. Lola tiene los ojos verdes —eso dice la luz de hoy— y le gusta cantar. Lo hace mirándote a los ojos, lo mismo que si habla: “Me gusta mucho cantar, pero ahora no tengo ganas”. Con ahora se refiere a la vida, con ahora se refiera a la muerte.
El pueblo entero huele a lares encendidos y a barranco tupido y húmedo —seguro que este año es excelente la cosecha de espárragos silvestres—. Lola vive en una calle estrecha, en una casa con un pequeño patio trasero, un patio que sirve para mirar directamente al cielo y por el que se pasean los gatos. Pero hoy, con la que está cayendo, ni los gatos ni las gatas se atreven. Hoy es día de arrimarse a la estufa de leña, que ahí está, ardiente y luminosa, de camino a la cocina. “Al final no he hecho los pimientos rellenos —me anuncia Lola nada más verme—, he preparado un arroz del senyoret”. Y así, de golpe y porrazo, el futuro de este artículo comienza a elevarse hacia la nada como una columna suave de humo y paja, se tambalea, busca un plan B. Porque la fama que precedía a los pimientos rellenos de Lola parecía inalcanzable. Pero Lola se reinventa. Una mujer con bata. Una mujer que fue pescadera durante 23 años (Pescadería Lolita, en Godella). Una mujer que ya es abuela. Una mujer que era capaz de limpiar 16 kilos de sepias en una hora. Una mujer que igual te prepara un arroz caldoso con acelgas, caracoles y romero que tortas de nueces y pasas o de cabello de ángel y calabaza confitada, que turrón casero, que “pepas” de chocolate, que yescas (torrijas)… “En Losa, cuando llega Semana Santa, se hacen yescas en todas las casas. Este año, a las mías les he puesto helado de vainilla por encima, porque me lo pidió mi nieto… Prueba también esas sin helado, son de torta de nueces y pasas”. Todos tenemos una madre o una abuela que hace las mejores torrijas del mundo (las mejores croquetas, la mejor paella), y es verdad porque lo que menos importa es si es o no cierto. Las yescas de Lola son dulces y jugosas hasta la nostalgia. De joven, Lola planchaba para una casa en la calle del Trench, al lado de la plaza Redonda.