VALÈNCIA. A la entrada de la Sociedad Acuariófila hay un enorme tanque de agua con varios peces de un tamaño que llama la atención. Y en el borde de esa pecera descomunal hay un cartel, como en los chalets con fieros perros ladradores, que advierte de que son peligrosos. Pero no lo son. "Es solo un aviso disuasorio porque mucha gente no podía resistir la tentación de meter la mano en el agua", aclara Pepe Martínez, que es el presidente de la asociación. Pepe lleva la mitad de su vida en el cargo. Tiene 62 años y ha pasado cerca de treinta al frente de la Sociedad. Ya ha perdido la cuenta. Los dos últimos ya estaba prejubilado y ha tenido todo el tiempo del mundo para dirigir esta especie de supermercado del pez. Porque allí dentro hay cerca de diez mil ejemplares y todo tipo de productos y cachivaches para adornar y asegurar el bienestar de los animales.
Pepe Martínez habla sentado a una mesa mientras no paran de entrar y salir clientes de este local amplio y luminoso. Nada que ver con la antigua sede, la que conoció él en la calle Salvador Sastre cuando empezó a descubrir que había más valencianos con la misma afición. Entonces tenía veinte años y no eran más de cuarenta. Aquello estaba tan cochambroso que las mujeres se negaban a entrar. "El olor a humedad te tumbaba. Las paredes estaban enmoquetadas. Era un desastre. Pero los locos nos reuníamos allí y los jueves cenábamos juntos, nos tomábamos una cerveza y charlábamos".