Los debates electorales son uno de los puntos neurálgicos de cualquier campaña electoral. Congregan a millones de espectadores delante del televisor, dispuestos a ver cómo los líderes políticos contraponen críticas y propuestas; y también para disfrutar del espectáculo. En una campaña electoral como esta, en la que, además, la campaña "hábil" se reduce prácticamente a una semana, dada la coincidencia con la Semana Santa, y donde el porcentaje de indecisos es más elevado de lo normal, su importancia es todavía mayor.
La estrategia del PSOE en las Elecciones Generales pasa por exponerse lo mínimo posible y no cometer errores, con el objetivo de mantener el positivo resultado que les confieren las encuestas: todas ellas dan ganador al PSOE, y la mayoría considera que el trío de las derechas no sumará, con lo que lo más previsible es que, de seguir las cosas así el 28-A, tras las elecciones el PSOE continúe gobernando el país... Y ya veremos con qué socios.
En este contexto, Pedro Sánchez no tiene ningún aliciente para debatir, ni para prestarse a entrevistas hostiles, ni para hacer nada que pueda poner en riesgo su victoria. Es decir: casi nada. Una estrategia netamente rajoyista que viene siendo desplegada, con singular éxito, desde que se anunció el adelanto electoral. Desde entonces, la lucha intestina en el espacio de la derecha entre tres opciones, una de ellas ultraderechista; la radicalización del discurso de Albert Rivera, que ha renunciado al centro político; y, sobre todo, del PP y Pablo Casado, que se han enquistado a la derecha, han dejado una autopista para el PSOE en el centro. Autopista que, unida al llamamiento al voto útil de los socialistas para "frenar a la (extrema) derecha", ha mejorado singularmente sus expectativas de voto en cuestión de semanas.
Si las cosas van tan bien, ¿para qué cambiar? Por ese motivo, cuando llegó la hora de determinar en qué debates participaría y dónde, estaba claro que Sánchez intentaría exponerse lo mínimo posible (un debate) y en las condiciones más ventajosas para él. Como cualquier líder político, por supuesto; pero los demás necesitan debates, cuantos más mejor, para tratar de mejorar las expectativas de las encuestas, y Sánchez, en cambio, no. Así que podía permitirse el lujo de escoger. Y escogió el debate a cinco de Atresmedia, con Vox incluido, desdeñando el debate a cuatro de la televisión pública. Una decisión impropia de un gobernante, y más aún socialista, derivada de sus intereses estratégicos en la campaña: juntar otra vez en la foto a la derecha junto a la extrema derecha.
La Junta Electoral Central desbarató esos planes. Con toda la razón: no tiene relevancia lo que Vox pueda ser tras las elecciones, o lo que digan las encuestas, sino lo que es ahora: un partido emergente, que ya veremos cuántos escaños saca. Las televisiones privadas tampoco pueden hacer lo que les dé la gana en campaña electoral, que para algo son un servicio público, una concesión administrativa sujeta a determinadas condiciones.
Las televisiones privadas tampoco pueden hacer lo que les dé la gana en campaña electoral, que para algo son un servicio público, una concesión administrativa
Desde entonces, Sánchez y el PSOE han estado inmersos en una absurda huida hacia delante, presa de sus propias contradicciones y del intento de escapar de un debate a cuatro que ya no servía a su propósito. ¿Por qué es tan malo el debate a cuatro para Sánchez? En primer lugar, porque al no estar Vox ya no puede sacar la foto del "trifachito" con tanta facilidad como antes. Pero, sobre todo, porque, sin Vox, lo normal es que Rivera y Casado centren, al unísono, sus ataques sobre él. Y el cuarto contendiente, Pablo Iglesias, intentará, lógicamente, constituirse en alternativa ante el votante de izquierdas y recuperar parte del voto perdido frente al PSOE, de manera que también le atacará.
Conviene recordar, además, que tanto Rivera como, sobre todo, Casado e Iglesias, son políticos surgidos directamente de la televisión. Rivera se pasó casi diez años paseándose por los platós de televisión del "TDT Party" (las licencias de televisión de ámbito nacional más conservadoras: Intereconomía y Trece TV), y ahí forjó su imagen en la política española mientras Ciudadanos sólo operaba en Cataluña.
El caso de Iglesias es mucho más claro: saltó a la fama participando en tertulias también en Intereconomía, al principio, y después en La Sexta y Cuatro. En sólo unos meses, y a raíz de la popularidad catódica de Iglesias, creó Podemos. Es un dirigente acostumbrado a hablar en televisión, de gran agudeza mental y capacidad de reflejos para colocar los mensajes que le interesan. Un duro rival, que ya venció claramente en el debate de Atresmedia de 2015.
Pablo Casado, finalmente, le debe casi toda su carrera a la televisión. Saltó a la fama tras ser escogido por el PP como la persona que representaría los intereses del partido en las tertulias de televisión, merced a su habilidad discursiva y su telegenia. Y ya ven lo lejos que ha llegado con eso: de ahí a la vicesecretaría de Comunicación, con Rajoy, y a vencer en el congreso del PP frente a la exvicepresidenta de Rajoy, Soraya Sáenz de Santamaría.