La llegada de cruceristas a nuestras ciudades se celebra sin matices. El turismo de cruceros, siendo un fenómeno relativamente nuevo en España, se ha apoderado rápidamente de políticas turísticas y gasto en infraestructuras; con muy pocas voces discordantes.
Las ciudades compiten para atraer cruceristas a golpe de concesiones e inversiones. Con una especie de teatralización berlangiana, a lo bienvenido Mr. Marshall, intentamos generar una oferta al gusto de los cruceristas que pasan por delante de nosotros sin darnos tiempo ni siquiera a saludar. ¿Es verdad que el turismo de cruceros puede mejorar nuestras economías locales? ¿cómo afecta a la ciudad que habitamos?
No pretendo iniciar una cruzada contra los cruceristas individualmente, personas a les debemos dar la bienvenida, pero revisemos los impactos y condiciones que su elección vacacional genera.
Poca voces en España, a excepción de gente como Josep Maria Montaner en Barcelona, se han atrevido a analizar en profundidad el ‘éxito’ del turismo de cruceros, y hasta donde yo sé, nadie se ha pronunciado en Valencia de manera crítica. Me parece oportuno iniciar el debate.
En primer lugar, el nivel de gasto de los cruceristas es mucho más bajo que el del resto de turistas y cuando visitan la ciudad lo hacen como demanda cautiva. Es lógico, el interés de las navieras es maximizar el consumo en el barco y minimizarlo en tierra. Las excursiones, paseos y visitas a comercios están controladas en su mayoría por paquetes cerrados. Las estancias en la ciudad suelen ser muy cortas (de unas cinco horas) y, lo que es peor, un gran porcentaje de cruceristas ¡ni siquiera baja del barco! El impacto económico es pues mucho más moderado del que resultaría de la multiplicación del número de cruceristas por el gasto medio de un turista de nivel alto (como hacen algunos estudios) y el consumo no está distribuido por toda la ciudad sino que está concentrado en las pocas zonas ofertadas.
En segundo lugar, el turismo de cruceros en sus visitas urbanas, al concentrarse durante una franja horaria corta, provoca la congestión de zonas turísticas ya de por si masificadas. Lo que para Valencia está aún lejos de ser un problema, es ya una situación muy grave en Venecia (dónde se han dado las primeras protestas populares contra los cruceros) y Barcelona.