VALÈNCIA. Suena la música trap y se mezcla con la percusión de los guantes chocando contra los sacos. De vez en cuando también se cuela el silbido de las cuerdas que mueven velozmente los púgiles de pies ligeros que están calentando en este gimnasio de boxeo, el Tsu Box, que está al fondo de un callejón en el Grao. Sobre el ring, un colombiano de aspecto robusto suelta los puños contra el aire al tiempo que exhala un grito, más bien un gemido, que acompaña el gesto. Abajo, en una esquina, Jorge Fortea, el boxeador que hace unos meses participó en una de esas grandes veladas en el MGM Grand de Las Vegas, un junco embutido en unas mallas y otras prendas elásticas, practica algunos movimientos frente a un espejo.
En la puerta acaba de aparcar un TT tan blanco y reluciente como la sonrisa de Tamara Falcó. Del Audi se bajan los hermanos Pardal, que son mellizos hasta en la forma de vestir. Aritz, que es el boxeador, dice lo de Pardal con la boca pequeña, como si el apellido, que seguro que fue motivo de mofa en las aulas de la infancia, afeara su aspecto de chico malo. Aunque luego se verá que, en el fondo, es un muchacho más bien tierno que adora a su hermano, a su chica y a sus dos niñas.
Pero, claro, para alguien que es conocido como Chulito, lo de apellidarse Pardal...
Aritz y Garoe -las raíces vascas de la rama materna son evidentes- son de la Cruz Cubierta, de una familia de currantes. Su madre lo mismo trabajaba de peluquera que en una lavandería industrial. Y su padre se emplea como responsable de un almacén de productos de menaje y hogar. Los niños eran dos trastos. "Mi hermano y yo éramos más bien moviditos y siempre estábamos por la calle", dice Aritz en un tono que no es el de dos chiquillos que ayudaban a las abuelitas a cruzar un paso de cebra. "Éramos hiperactivos diagnosticados y no muy buenos. Alguna pelea y algún problema en la calle hemos tenido...".