VALÈNCIA.-Meses antes de las elecciones autonómicas de 24 de mayo de 2015, Podem ya había expresado su preferencia por un Consell presidido por Mónica Oltra, una opción que además podía facilitar el acuerdo de confluencia que en Podemos se buscaba con diversas fuerzas territoriales, para superar no solo a la derecha sino al propio PSOE en las elecciones generales que se habían de celebrar a final de año.
Junto a la voluntad clara de impedir que el PP alcanzase gobiernos allí donde no obtuviese directamente mayoría absoluta y la disposición a dialogar para alcanzar acuerdos sobre líneas programáticas para la formación de mayorías de cambio, la expectativa de sorpasso en el ámbito estatal funcionaba a modo de leiv motiv para el rechazo genérico de Podemos a formar parte de cualquier gobierno autonómico que pudiese estar presidido por un PSOE al que pretendían superar.
Por su parte, en el PSPV-PSOE nunca ocultaron su preferencia por presidir el Consell, pura y simplemente. De hecho Ximo Puig el día inmediato siguiente a la convocatoria pública realizada por Podemos para celebrar un primer encuentro a tres bandas de las fuerzas que podían protagonizar un acuerdo de cambio, se reunía ya con representantes de Ciudadanos en la Comunitat para pulsar su disposición respecto de una presidencia socialista. Opción que siempre estuvo también entre los escenarios barajados para España por Pedro Sánchez en su primer periodo como Secretario General del PSOE.
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La franquicia valenciana de Ciudadanos, representada en la reunión celebrada el 28 de mayo por Carolina Punset y Emilio Argüeso, le trasladó a Puig que reconocían al PSPV-PSOE como la única fuerza en condiciones de ofrecer estabilidad y le mostraron su disposición a facilitar su presidencia. Aunque esta disposición pasaba por la exclusión de alianzas con el nacionalismo, incluidos acuerdos municipales. Una condición extremadamente difícil de cumplir por los socialistas dado el resultado electoral en muchos ayuntamientos y la necesidad, en lo autonómico, de contar con una mayoría parlamentaria lo más amplia y estable posible.
A pesar de todo, el encuentro PSPV-Ciudadanos permitió abrir una línea bilateral de diálogo que reforzaba a Puig de cara al primer encuentro que había de celebrarse el 1 de junio de 2015, entre socialistas, Compromís y Podem.
Cuánto había de pura táctica o de «plan B» real en el movimiento de Puig podía responderse con la simple aritmética. Era evidente que los trece escaños de Ciudadanos, sumados a los veintitrés de los socialistas, no daban para asegurar presidencia alguna, salvo que la jugada incluyese una improbable abstención del PP que los socialistas se negaban a descartar en la medida en la que el «terror» que un acuerdo de gobierno que incluyese a nacionalistas y podemistas podía inspirar a ciertos sectores económicos y empresariales con capacidad para influir en la decisión final del PP.
Por ello la opción Ciudadanos volvería a aparecer nuevamente a lo largo de las negociaciones entre las fuerzas progresistas, incluso con el acuerdo programático prácticamente cerrado.
En aquellos días la utilización de los medios de comunicación a modo de balcones desde los que lanzar proclamas al diálogo, pero sin hacer ningún esfuerzo real por dialogar junto a los amagos de ruptura de negociaciones, constituyeron una forma habitual de «guerrilla psicológica» destinada a tensionar y desgastar a los interlocutores con quienes se había de negociar.
Incluso después del impulso decisivo para el diálogo nacido de aquella reunión inicial del 1 de junio convocada por Podemos y, aun a pesar, de la creación de una comisión de trabajo para avanzar en posibles ejes programáticos, la ausencia de sintonía personal entre Puig y Oltra seguía siendo una constante que no permitía augurar un desenlace claro. Los intentos del Secretario General de Podemos de celebrar nuevos encuentros a tres bandas para consolidar la vía iniciada para acordar la hoja de ruta de un gobierno de progreso chocaban con todo tipo de pretextos.
Los intentos para concertar una nueva reunión de los tres dirigentes se tornaban infructuosos y esa posibilidad se alejaba por momentos. Como si de escarceos adolescentes se tratase, los whatsapp de los tres echaban humo. Oltra se lamentaba de que Puig se negase a un nuevo encuentro, mientras Puig, que siempre fue más partidario de reuniones bilaterales al viejo estilo, se mostraba ofendido por lo que calificaba de «desqüalificació permanent».
«Incluso después de aquella reunión inicial, la ausencia de sintonía personal entre Puig y Oltra seguía siendo una constante que no permitía augurar un desenlace claro»
El tono en los medios de comunicación también seguía elevándose, sobre todo a cuenta de los acuerdos municipales, se hablaba de Gandía y otras localidades, aunque esa no era realmente el cuestión central de fondo.
La cuestión real era obviamente la presidencia de la Generalitat y lo que en el PSPV se interpretaba como una pinza entre Podemos y Compromís para forzar una presidencia de Oltra que fortalecería a su vez a la fuerza morada que se presentaba como su principal adversario en el campo progresista en las próximas elecciones generales.
Esta cuestión flotaba en el ambiente tiempo atrás y volvió a aflorar con fuerza nada más realizarse los primeros balances electorales, cuando la suma de los resultados de Compromís y Podemos superó a los de un PSPV-PSOE que había perdido diez escaños y más de 170.000 votos.
Pablo Iglesias había verbalizado sin tapujos sus preferencias y Puig, aprovechando el Comité Federal del PSOE celebrado en Madrid para analizar los resultados autonómicos y municipales en el conjunto de España, en tono destemplado replicaba: «Pablo Iglesias no va a poner al presidente de la Comunitat Valenciana».
Así a través de la cuestión de las generales, prioritaria desde la estrategia global de Podemos, Madrid se «colaba» también en la agenda de las negociaciones valencianas, circunstancia que añadía más distorsión a las mismas.