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vals para hormigas / OPINIÓN

Vacunas municipales

20/01/2021 - 

Uno pensaba que la actualidad le iba a atropellar y que no podría escribir sobre la vacunación de los alcaldes. Es la servidumbre de la cita semanal. Aparece una columna en miércoles, ocurre algo interesante al día siguiente y para cuando llega una nueva oportunidad de bailar un vals, la pista de baile está vacía de aburrimiento. Con esa impaciencia sobrevenida que convierte al ser humano en el único animal capaz de elevar a noticia más leída la imagen de una modelo en bikini en pleno terremoto. Pero no. El goteo sistemático de cargos municipales inoculados con la vacuna de la covid-19 persevera con esa inconsciencia que convierte al ser humano en el único animal capaz de estampar su coche contra el único árbol del desierto. Porque lo de la piedra repetida ya se nos queda pequeño.

Comencemos, como dirían Tip y Coll. Vaya por delante que no voy a exculpar a ninguno de los ediles, primeros o no, cazados con el brazo desnudo y a merced de un sanitario. A ninguno. Tampoco se trata aquí de dar nombres, de citar colores políticos o de recorrer con más o menos indulgencia el mapa de la Comunitat Valenciana. Más bien, de comprobar una vez más que no sabemos responder a la avalancha de nieve, desde ningún lado, y mucho menos cuando llevábamos un siglo tostándonos al solecito del trópico más suave. La respuesta institucional, igual que la social, a la pandemia está resultando como la primera frase de cualquier relato. Lo que más cuesta es decidir por dónde empezar. Dando por sentado que el personal sanitario debía incluirse entre las primeras remesas, lo difícil era saber por dónde seguir. Al parecer, los protocolos de vacunación han tratado de frenar el contagio entre los grupos de riesgo más acuciantes. Residencias y ancianos. Una opción radicalmente válida.

Las excusas interpuestas por algunos de los alcaldes vacunados, sin embargo, llevan a pensar en otras opciones igualmente lógicas. La primera, que no podemos consentir que ninguna de las dosis se eche a perder. La segunda, que dado que los mayores, en su mayoría, están cumpliendo escrupulosamente con las indicaciones preventivas para evitar su contagio, también cabía pensar en inmunizar a los que tienen contacto directo con ellos. Personal de farmacia, de supermercado, de transportes, de emergencia, de banca, incluso. O todo aquel que se preste a hacerles recados. También entra dentro del sentido común, un elemento que en mi caso lo atesoro en un disco duro externo, vacunar a quienes sirven de enlace entre toda la ciudadanía. La tercera y última opción es entender que no soy yo, ni ningún otro periodista, quien ha de fijar las reglas. Y, en este caso, tampoco ningún político. La decisión sobre las vacunas debe primar a quienes más lo necesitan, de manera directa o indirecta, y corresponde a los epidemiólogos, que bastante complicado lo tienen. Y salvo en casos como el de José Luis Seguí, alcalde de Almudaina, el más veterano de España, en pleno auge del teletrabajo y con el soporte de las nuevas tecnologías, no se me ocurre ninguno en el que un cargo municipal otorgue preferencia alguna a la hora de embarcar en los botes salvavidas de Pfizer.

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