Emilio Varela tuvo a su favor el mecenazgo de Joaquín Sorolla, como lo demuestra la presente carta de marzo de 1920.
Considerado por algunos críticos alicantinos como el mejor pintor de nuestra tierra de la primera mitad del siglo XX, no era dado a relaciones públicas ni a promocionar su obra como debe hacer todo artista. En este caso, un pintor como Emilio Varela Isabel nacido en Alicante el 6 de noviembre de 1887 y siendo adolescente, ingresó en la academia del pintor Lorenzo Casanova y tras su muerte 1900, le sucedió Lorenzo Pericás (el cual después fue sucedido por Adelardo Parrilla como profesor).
Cuando a primeros de siglo Sorolla llega a Alicante, admiró la capacidad de Varela para ver el color y llegó a decir: “Ese Varelita ve el color mejor que yo… Tiene demasiados progresos y me está robando el color” (José Moratinos). Velera aceptó la invitación de formarse en el estudio madrileño del maestro junto a otros discípulos en el Estudio Sorolla, donde permaneció desde 1904 a 1907. Durante este periodo, Valera fue distinguido con una mención honorífica en la Exposición Nacional de Bellas Artes por su óleo “Gitanas” (1906).
Posteriormente, a finales de 1918 y primeros del año siguiente, estuvo unos meses en la terreta para pintar el cuadro titulado “El Palmeral de Eche” para la Hispanic Society, acompañado por Heliodoro y Varela. Esta estancia afianzó la amistad entre nuestros dos pintores y justificó la correspondencia adjunta.
Por el contexto de la carta de Sorolla a Emilio Varela, este debió de invitarle a una de sus exposiciones, puesto que fue su maestro desde 1904 hasta 1907 (desconocemos el lugar de la supuesta exposición). Esta carta tiene un gran valor documental que demuestra la relación de Sorolla con los pintores alicantinos como Fernando Cabrera Cantó, Emilio Varela, Heliorodo Guillén –citado en la carta- , entre otros pintores como ya demostrara el profesor Adrián Espí Valdés en su libro Relaciones de Sorolla con Alicante y sus pintores, Caja de Ahorro del Sureste, Alicante, 1974 (*). Sorolla le responde a Emilio Varela en una carta manuscrita –de un inmenso valor documental– que dice:
(*) Madrid 11 de marzo 1920. Sr.D. Emilio Varela: Querido Emilio: He recibido tu cariñosa carta, apreciando mucho tu amables deseos de verme por ahí, y que yo al par que tú, de serme posible visitaría tu exposición, que debe ser muy interesante. Veo que trabajas mucho, lo que me alegra, pues es un (sic) chico que vales. Mis afectos a Heliodoro Guillén a quien saludarás en mi nombre. La familia te devuelve sus saludos, y tú recibes un abrazo de tu viejo amigo y maestro. Firmado J. Sorolla. (págs.33 y 32 del libro citado de Adrián Espí).
La dirección estética y cromática hacia el “luminismo” de Sorolla fue sin duda el mayor de los bagajes de Emilio Varela, que según Eduardo Lastre lo convierte en el más destacado pintor alicantino del primer tercio del siglo XX. Valera, con el apoyo y dirección del maestro, estaba destinado a sucederle; sin embargo, el 17 de junio de 1920, mientras Sorolla pintaba un retrato de Mabel Rick, la mujer de Pérez de Ayala, sufrió un ataque de hemiplejia que lo dejó invalidado para la pintura, y fallió en Cercedilla el 10 agosto de 1923.
“La timidez y la taciturnez de Emilio Varela -como escribiera Adrián Espí Valdés (1974:24)- no le dejarán a lo largo de su vida el semáforo abierto para lanzarse a la conquista del mundo del arte”. Hubiera podido ser una primera firma en el concierto plástico de España y de Europa. Estuvo unas semanas en París en 1928, invitado por el compositor Oscar Esplá. Sin embargo, no fue capaz de quedarse por falta se seguridad en sí mismo.
Emilio Varela fue el pintor de las montañas alicantinas, marchamo tan personal e inconfundible como esos cielos azul marino sobre amarillos y ocre. Unos veranos los pasó con Óscar Esplá en su casa de campo veraniega en la Masía el Molí en Benimantell.
Con el fallecimiento de su madre en 1932, de un hermano en 1935, más los bombardeos la guerra civil y su traslado a Mutxamel, entrará en una depresión que le duró hasta su muerte, el día de Reyes de 1951. Meses antes de su fallecimiento, el crítico de arte Manuel Sánchez Camargo le comunicaba su inclusión en el Salón de los Once, selecta antología de la “Academia Breve” de Crítica y Arte fundada por el académico Eugenio D’Ors en Madrid.