El éxito de los grandes villanos es sobresalir por encima de los demás. Y para ello, estar aislado en el otro lado de la ley e imponer reglas propias es fundamental. Convengamos en que a nadie le importa el emperador Palpatine de la saga de Star Wars. El auténtico referente del Mal es Darth Vader. Implacable. Letal. Cruelmente humano. En términos de villanía, el personaje en el que se convierte Anakin Skywalker en su descenso a los infiernos es perfecto. Porque, además, podría haber celebrado el Día del Padre la semana que viene, en un golpe de timón argumental inolvidable para los que fuimos niños en un pasado muy, muy lejano. A millones de años luz de la Estrella de la Muerte, un presunto señor del Lado Oscuro no ha tenido tanto acierto. Se trata de Eduardo Zaplana. El otrora escurridizo e intocable.
Para un político como él, maestro del escapismo y el grand guignol, no ha podido llegarle en peor momento la trama por la que ha sido encarcelado, el caso Erial. Como es obvio, él habría preferido, imaginamos, mantener inmaculados el currículo y el traje de Ermenegildo Zegna. Pero, ya que tenía que despeñarse en el acantilado de las escuchas telefónicas, le habría convenido hacerlo antes. Antes, cuando las fuerzas le acompañaban. Antes, cuando el lustre de su paso por las instituciones aún le confería cierto halo de omnipotencia y levitación. Antes, cuando los periodistas nos preguntábamos por el secreto de su inviolabilidad después de cada muestra de profesionalidad ante los medios. Antes, en fin, de que se perdiera en lo imposible de retener por la memoria la lista de imputados, encausados, sospechosos y presos de su partido, sobre todo en la Comunidad Valenciana. Muchos de ellos, herederos y sucesores de su legado, durante mucho tiempo gobernaron más contra su sombra que contra la oposición que nunca tuvo.
A Zaplana le ha llegado el estrépito justo cuando todo es estrépito. Un primer espada como él, acorazado en bronce, habría optado por desafiar a la ley de la gravedad y caer al vacío de los tribunales antes que nadie. O compartir espacio con todos los demás, para elevar la cabeza y demostrar que era más alto que nadie, como un Bond de Cartagena. Pero en el cálculo de los papeles y las escuchas, nadie tuvo en cuenta que al exministro y expresident de la Generalitat ya no se le esperaba por los juzgados. Ni por ninguna otra parte. Políticamente, era irrelevante. Y los tiempos, llenos de crispación y desenfreno, dividen la atención entre demasiados asuntos. La caída de Zaplana podría haber sido homérica. Ahora parece solo un caso más.
En tiempos de locura, solo puede triunfar un villano como Joker. Y si España fuera Gotham, Zaplana no sería el patrón de las sonrisas congeladas. Porque el éxito de los grandes villanos también estriba en ser impredecibles. En El caballero oscuro, segunda entrega de la saga de Batman filmada por Christopher Nolan, Joker se presenta como un perro que corre detrás de los coches sin tener ni idea de lo que hará si alguna vez los alcanza. Zaplana está muy lejos de ser un agente del caos. Fue académico en sus formas y, según se desprende del sumario desclasificado por etapas, académico en sus sombras. No hay nada inesperado. Todo un presunto canon de paraísos fiscales, fortunas colosales, evasiones andorranas, testaferros, complicidad familiar y avaricia sin freno que no lo aleja de otros casos similares. El Joker interpretado por Heath Ledger quemaba montañas de dinero porque era lo de menos. En el sumario de Erial, lo único realmente destacable es un secundario que se llama Schopoff. Un gran apellido para liderar Spectra, pero poca cosa para evitar pensar en el juego que podía haber dado todo el asunto hace apenas unos años.
@Faroimpostor