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vals para hormigas / OPINIÓN

Todos somos de Madrid 

23/09/2020 - 

Naturalmente que todo el mundo pasa por Madrid. Recuerdo cruzar la Castellana junto a Pablo Auladell bajo un cielo que estaba siempre más alto de lo que podíamos divisar elevándonos de puntillas. Él con su guitarra a la espalda, camino del Libertad 8. Yo, con una carpeta de cuentos, camino de ninguna parte. Recuerdo bajar cada día por Raimundo Fernández Villaverde con una furgoneta de reparto, camino de una tintorería en la que me crucé con la Emma Suárez de La ardilla roja. Recuerdo una noche de mentira en Delicias, un café junto a la librería Ocho y Medio, una pensión en Chueca, el minúsculo apartamento de Arturo Soria, acompañar a mi primo Héctor por la rotonda del Puente de Toledo con su carné de conducir recién estrenado, la primera vez que entré en la sede de uno de mis trabajos actuales. Recuerdo aquella prostituta de la calle de la Montera que me propuso hacer el amor con la mirada más triste del mundo. Recuerdo que Madrid es una ciudad amable, en la que sobrevivir es tan difícil como en cualquier otra parte. Y de esto último es, precisamente, de lo que se olvidan los madrileños como Isabel Díaz Ayuso.

Como yo, todo el mundo tiene su historia de Madrid. Las visitas a museos, los fines de semana en el teatro, las películas de Paco Martínez Soria, las excursiones a la sierra, las hamburguesas frente al Retiro, las fiestas universitarias, el peligro de esperar un taxi con todo un equipo de rodaje a la puerta de un gimnasio de Vallecas. Las esperas en la terminal de llegadas de Barajas; el mural de Guayasamín en la de salidas internacionales. La panorámica de la ciudad ensombrecida por la contaminación desde la carretera de La Coruña. El autógrafo de Umbral en una cafetería de cercanías que estaba tan lejos de Madrid como Singapur. La lucha por hacerse un hueco en el mercado laboral en el que todo el mundo hurga. El fracaso de volver con la maleta vacía. La parada obligatoria en Atocha para viajar a cualquier otra parte, que siempre será más corto que la línea recta. El terror de descubrir la ideología del Frente Atlético. El metro en hora punta. Las historias de aquellos a los que nada se les ha perdido en Madrid. Algunas de las estrofas de Sabina. Esa sensación de estar permanentemente de paso, de no aguantar ni cinco minutos más, que olvidan los madrileños como Ayuso.

También todos tenemos recuerdos de los madrileños fuera de su ciudad. Los mismos que tienen los argentinos de los bonaerenses, los franceses de los parisinos, los catalanes de los barceloneses, los alicantinos de los valencianos, los votantes de Trump y los vecinos de Brooklyn de los habitantes de Manhattan. Ciudades ficticias confeccionadas a retales que se vacían a la menor ocasión. Puestos de venta al detalle de sueños, ilusiones y esperanzas que no suelen salir bien, pero que alimentan a los seres de asfalto y guía de ocio y una pizca de suerte. Todos tenemos recuerdos de sus meadas fuera de tiesto, de sus patitas de cordero disfrazado por debajo de la puerta, de cómo llegan a la playa izando su bandera como Colón en su primera llegada a las Indias. También tenemos recuerdos de todos los que no son así, que son muchos, tan capaces de sentirse de Madrid como de Xixona o Noruega. Pero los madrileños como Ayuso nunca se olvidan de que tratar a Madrid como al resto de comunidades es muy injusto. Con esa impunidad y prepotencia que tanto odiamos los que nos sentimos más cerca de Algeciras y Estambul que de Madrid.

@Faroimpostor

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