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Todos somos Charly Glamour

Líder del mítico grupo Gigatron (fundado en 1997), devoto de las pelucas de disfraz y seguidor de Heidegger. Un heavy, mitad leyenda y la otra también, que se burla del metal, que es padre y tiene un trabajo con horarios al que no va en mallas ni con los ojos pintados

6/08/2021 - 

VALÈNCIA.- Es el dios del metal pero no de la puntualidad. Su manager advierte y él cumple con el retraso. El resto de componentes de Gigatron, su banda de heavy metal, está sobre el escenario de la sala 16 Toneladas (València) ensayando el concierto con doble pase que tienen esta noche. Aún van en ropa de civil —chanclas, vaqueros rectos, camisa a cuadros y sin maquillar—. Son buenos. Muy buenos. Si no eres un pijo —el enemigo acérrimo del metal— notas que lo son... «¿Por qué no ha venido Charly?», pregunta Johnny Cochambre, baqueta en mano. «Está en el taxi», responde David, el manager. Una tercera voz, la de Dave Demonio o Kike Turulo, guitarra y bajo respectivamente, justifica el retraso con un «desde que Charly no bebe…». 

Aparece Charly Glamour. Un haz de luz como un hacha golpea la sala vacía. 

Alguien le acerca un vaso de plástico con cerveza. Al medio segundo solo es un vaso de plástico. Posteriormente aclara que lo que no bebe es cassalla. «Ya no tomo, me he rehabilitado; chupo un sapo de vez en cuando». 

Charly es Charly. No se le puede llamar por su nombre de pila. Tampoco fotografiar sin peluca. Su vestuario de paisano podría ser el de un roadie anónimo que carga con los caprichos de una estrella del rock. Gorra negra, camisa de manga corta con bolsillos, pantalones negros anodinos y zapatillas como las que hay en cualquier zapatería de barrio. Debajo de la gorra se aprecian unas patillas canosas. Él y el resto de la formación deben de tener entre 40 y 100 años. Los heavies no envejecen. 

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Janus es el dios romano de las dos caras. Una mira hacia el futuro y la otra al pasado. A las decisiones correctas y a las que no. Algo así es Charly Glamour. De primer apellido, Álvarez. «Tengo la personalidad desdoblada entre la ficción y la realidad. Tengo recuerdos de ser un mindundi cualquiera. Soy de barrio, de Nazaret. Me he criado entre charcos de la huerta, con llauros, entre petardos. Me acuerdo que me pegaban en el colegio y me despedían de los trabajos hasta que me hice heavy. Me pegaban hasta las ancianas por la calle. Las palomas me picaban, los gatos me mordían y los perros me arañaban hasta que cayó en mi mano un disco de Metálica y lo puse al revés y se produjo en mí una transformación». 

Hacer que el cantante de Gigatron no pase a la ficción es casi imposible. Vive de ella, también cuando interpreta su papel de deidad del metal y se sube a un escenario desde el que contempla un mar de manos haciendo los cuernos —de ahí el nombre de su segundo disco, Mar de cuernos, de 2005—, no como cuando entre semana tiene que ir a trabajar. «En mi día a día vivo mi vida. Me he dedicado al mundo del audiovisual desde siempre, soy guionista. Hay que ganarse la vida con algo. Estudié Filosofía, que es una carrera que no sirve para nada. Bueno, para hacerte el interesante».

«Mi vida como ser humano es de gusano normal. Soy una persona que ha logrado sobrevivir. Y ya. ¿Cuánto hay de ficción en Gigatron? Eso te lo tendría que decir la gente que nos sigue, en qué grado le parece una gran mentira o una gran verdad. Hay veces que nos damos cuenta de que la realidad no es lo que parece. Lo que nos salva es la realidad que construimos. Este mundo es bastante aburrido como para no inventarnos otro». Su mundo se lleva todas esas coletillas que emplea el periodismo musical para indicar el éxito de un grupo —Frank Zappa lo dijo: «El periodismo musical consiste en gente que no sabe escribir entrevistando a gente que no sabe hablar para gente que no sabe leer»—.

«Creo que estoy poseído por un dios del metal que viene del cosmos o de Sumeria. Hay que entender que yo tengo una vida como un valenciano que vino de África en los años setenta»

Conciertos con 30.000 asistentes, tours largos como una melena azabache sacudiéndose en primera fila de un aquelarre heavy —el característico movimiento violento al ritmo de la música se denomina headbanging—, hordas de fans devotos. 

Charly mide bien qué parte de su cotidianidad se cuela entre alusiones a seres mitológicos, frases con connotaciones sexuales, datos históricos creativos o referencias fálicas. Cabe puntualizar que en esta entrevista el músico tuvo a bien no hablar de su miembro con tentáculos que provee sexo a distancia mientras él juega a la PlayStation en la cama. 

«Creo que estoy poseído por un dios del metal que viene del cosmos o de Sumeria. Hay que entender que yo tengo una vida como un valenciano que vino de África en los años setenta. He pasado por muchos psiquiatras, pero nos hemos acabado pegando». 

La separación entre personaje y persona es borrosa como el final de un festival de metal teutónico. «Mis dos almas conviven muy bien, no se pelean, son más parecidas de lo que parece. Una se va a sobar y la otra se despierta. Mi familia lleva muy bien la ambivalencia. Soy padre de una prole orgullosa. Mi madre viene a mis conciertos. Ya lo superaron, vieron que al final no había matado a nadie de verdad». 

El primer byte de Gigatron

Antes de Gigatron existió Chococrispis, y Charly aún no reventaba la extinta Disfraces Picó para caracterizarse. En 1997 grabaron Huracanes del metal (Live in Donington 97), una maqueta que en 1998 se transformó en su primer disco, llamado Los dioses han llegado. Rock humorístico, freak metal, Power Chotis metal y otros tantos subgéneros de la chanza clasifican su música, que es autoparodia, obsesión con el sexo, violencia y satanismo. Para ejemplo, la letra de Te Voy A Petar El Cacas —su mítica versión del The Final Countdown de Europe— que hoy podría sentarle ante la fiscalía. 

«El heavy es una forma de huir de los problemas. Es una puerta mágica. El metal coge toda la potencia sentimental de la música clásica y lo combina con todas las artes visuales, con un mundo de fantasía destinado a los que siempre seremos frikis. Apasionados de la cultura humana y de la imaginación. Si hay alguna música que te puede sacar de este mundo, es el heavy. Eso es Gigatron, una puerta y una ventana para saltar. Si tenemos algo fuerte, es el mundo propio. No tenemos otro sitio al que ir, porque al Mercadona no vamos a ir». 

Debajo de la capa de maquillaje negro que se ha aplicado alrededor de los ojos y que le baja por las mejillas, hay cierta nostalgia por la escena musical de València en la época en la que sacaron su primer disco. «Era una maravilla de escena. Joder, qué maravilla. Aquello eran los años noventa de la calle de la Flora, de las salas en las que se juntaba una generación que venía de los ochenta, con muchas bandas nuevas, mucho rocanrol. Fue una época muy buena. Nosotros simplemente éramos otra de las setas que salía de aquella humedad. Nos hicimos famosos, ligamos con las hermanas de todo el mundo. Salimos a tocar diciendo que habíamos venido porque habíamos ligado con sus hermanas y que ellos no nos importaban. Nos importaban tres cojones. Solo queríamos gastarnos su dinero en drogas y matar a pijos. La gente aceptó el trato». De nuevo, el personaje deslenguado emerge del lodo. 

¿Y la escena actual? «La encuentro bastante aburrida. En general todo es aburrido. Todo lo que molaba era de antes, ahora mola menos. Es un fenómeno científico que se llama el desgaste de la modelación. Que parece viejuno, de pureta… pero creo que la energía se agota. No me voy a meter en particular con la escena del metal porque hay grupos muy buenos y muchos amigos míos. Simplemente creo que hoy en día es muy difícil hacer música. Falta un poco de alegría y correr riesgos. Mucha gente intenta seguir sonidos, vender cuatro discos. Pero eso no hace falta; el mundo de los discos se acabó. Ahora solo puedes ingresar dinero de conciertos y de hacer un buen show. Te diría que falta energía, renovación».

Con la publicación de Mar de cuernos volvieron a dar una exitosa entrega de su ironía socrática con guitarras. «Sócrates es mi filósofo favorito. Era bajito y feo, pero muy molón y divertido. Habría estado todo el día abrazado a su pierna. Bueno, a saber qué me habría hecho. Otro es Heidegger, que era una locura y un poquito nazi. Es una filosofía densa que me relaja». 

En los veintidós cortes que integran el álbum hay un popurrí de referencias a los distintos géneros del heavy y sus periferias, como se aprecia en Ministro del pisto, en la que Charly imita al cantante de Los Suaves. «Tanques solo de cerveza. Las banderas de lencería / Las guerras con tirachinas / Y a céntimo la china. ¡Y mucha fiesta! / Ministro del pisto, ministro del Rock and Roll». En las narrativas de Gigatron es constante la crítica a todo aquello que huela a poder económico fuera de las arcas de los heavies. También las referencias, homenajes y caricaturas a otros músicos. 

«si hay una música que te puede sacar de este mundo, es el heavy. eso es gigatron, una puerta y una ventana para saltar»

«Siempre hemos tenido el bloqueo de prensa. La prensa heavy nos ignora. Nos temen, no asumen que somos sus dioses. Tenemos la suerte de que estamos pegados a nuestros fans; ellos financian el grupo. Hay mucho bloqueo por el tema del humor, por contestar con bromas. Se cierran porque existe el tabú de que lo cómico es inferior a lo serio. Poner en portada de un medio un grupo que es cómico parece que les desmerece la revista. Nos reímos del heavy, pero no nos reímos de nadie».

En 2006 el grupo comunicó que se separaba. «Nos querían hacer un contrato discográfico y nosotros no queríamos. Que hiciéramos canciones para ellos y que tocásemos donde quisieran. Decidí no estar en ninguna discográfica. Ahora tenemos Dioses del Metal, nuestro propio sello. Nos hemos financiado por los fans, vendiendo entradas de discos y camisetas. Somos libres. Gigatron es una banda que puede aparecer y desaparecer, pero que nunca morirá». En 2012 regresaron: «Vimos que el capitalismo hundía la sociedad. Ya no había vuelta atrás. Era necesario unos dioses que liberaran a las masas heavies».

Todo es metal

«Alguna vez he querido dejar la música. Solo he estado en activo cuando estaba publicando discos de Gigatron. Cuando no tenía nada que contar, pues, sin problema. Hubo un cambio de la formación muy importante, en 2015, y tomé la decisión de no volver a tocar. Luego regresé porque el mundo lo necesitaba. Para mí simplemente hay que tocar cuando tengas algo que contar y lo disfrutes».

Todo es metal y todos somos Charly. Lo segundo, lo de que todas las personas podemos ser Charly Glamour, lo ha dicho él al responder si alguna vez descansa del metal, de interpretar un papel de espíritu poseído por el rock y responder con bromas estrambóticas. «A nadie le importaría eso —Charly baja la voz. Suena más humilde, algo timorata— No tengo la necesidad de… Es una pregunta curiosa. No, no tengo la necesidad de hablar de otra manera. Igual estoy poseído de verdad —esta frase suena extrañamente sincera—. Cuando pago una multa voy de incógnito. Cuando hago trámites voy de incógnito. Tengo una personalidad incógnita. Puedo ser el que está detrás de ti en la cola del supermercado, puedo ser el que barre tu calle. Todos somos Charly. Puedo estar en cualquier parte, pero no lo desvelaré porque tengo muchos archienemigos. Es complicado, pero estoy contento y me siento bien». 

«escucho mucha música clásica. incluso pienso que hay pop bueno, pero no lo puedo decir porque mis fans me devorarán»

De la caja de cervezas que ha subido un lacayo salen un par de tercios para celebrar su bienestar emocional. ¿Escucha Glamour otros géneros musicales? «No, porque todo es heavy. Escucho mucha música clásica. Incluso pienso que hay pop bueno, pero no lo puedo decir porque mis fans me devorarán como perros salvajes». Que todo sea heavy quiere decir que, aunque no haya voces guturales, una gran variedad de géneros tiene la propiedad de ser heavy porque, simplemente, no son pijos. «Se odia al pijo porque no le mola el heavy. Todo lo demás da igual. Se les odia porque evolutivamente dan un poco de grima, son un pollo sin pelo». 

«Charly, ¿y qué pasaría si tus hijas escucharan géneros pijos, como trap o reguetón?». «No pasa nada. ¡A bailar Rosalía! Lo he tenido que hacer. Yo también me he hecho muy flexible. Tenemos un espectáculo acústico que es Bochonorama, que hacemos hasta coplas y jotas. El metal está en todo y no pasa nada. Los niños si se han criado bien oyendo heavy tienen anticuerpos, puedes estar una semana oyendo trap y luego lo expulsan». 

Gigatrín es un proyecto paralelo para convertir la música infantil en un apoteosis zombi. «En el heavy no se educa, se adoctrina. Tiene muchos valores. Potencia la imaginación, el amor por la música, abre los oídos. Un niño que se cría oyendo música de verdad es más abierto. Tiene un componente literario, de abrir mundos. Tiene que haber más metal en la vida». 

Empieza el show. Charly pone cara de concentración cuando canta y abre mucho los ojos. Entra en trance. Es Saturno devorando a su hijo, el cuadro de Goya. «Bienvenidos al cine de verano del metal. Adiós coronavirus. Que vuelva la caña. Quiero ver un mar de cuernos». «¡Queremos que nos ilumines!», grita alguien del público. 

Media hora antes, en el camerino, ha dejado un mensaje de gratitud en la grabadora que registra esta entrevista: «Lo hemos pasado muy mal todos. El mundo de la cultura en general, y nos hemos ayudado compartiendo nuestros gustos y compartiendo las cosas que amamos en la vida, que muchas son de ficción y de arte. Hemos puesto en cuestión lo que sirve, y no sirve. Al fin y al cabo, apasionarte con la vida sirve. Ser heavy sirve. Y al virus se le aplasta con metal». 

* Este artículo se publicó originalmente en el número 82 (agosto 2021) de la revista Plaza

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