En medio de esta desproporcionada distorsión de la realidad que vivimos, el pasado lunes puede que asistiéramos a un fenómeno meteorológico singular en Alicante. Probablemente no supimos verlo, porque solo sabemos dónde mirar cuando lo buscamos en Google o cuando algún experto nos lo indica. Fue la tormenta del lunes por la tarde. Veloz, siniestra, oscura y con granizo. Vino desde El Altet, nos borró la tarde con el desdén de quien no sabe apreciar una obra de arte y descargó agua y pequeñas piedras de hielo. Sin tintineos. Sin olor a lluvia. Nos bombardeó con goterones que dejaban la huella de un vaso de tubo en una mesa de cristal. Y rompió esta rutina acristalada que solo podemos llenar con la voz de los vecinos que viven en la otra escalera. Nos dejó también un arcoíris. Creímos que era una tormenta más, pero solo porque no nos han enseñado a leer las nubes. En realidad, con toda probabilidad, fue una supercélula.
Es lo que sospecha el Sistema de Notificación de Observaciones Atmosféricas Singulares (Sinobas) de la Aemet, la Agencia Española de Meteorología. Ni siquiera a toro pasado se atreve a confirmarlo. Hay indicios suficientes, subrayan, “aunque, al no estar disponibles los datos no se puede hacer una verificación con el viento radial del radar”. La jerga científica es como el primer capítulo de un buen libro de aventuras. Te guía hacia territorios inexplorados que desembocan en la equis que nunca marca el emplazamiento de los tesoros. Busqué la supercélula y descubrí que es una inmensa tormenta en rotación que se da, principalmente, en las Grandes Llanuras de Estados Unidos y en la Pampa argentina. Ya tenía a mis indios y vaqueros en formación de combate. Ya me volvió el recuerdo de aquel gaucho que cabalgaba al otro lado de mi mirada en Tunuyán, cerca de los Andes. Con una sola palabra, mil cruces de camino para la imaginación. Busqué viento radial y me llevó a un instrumento cargado de poesía, el perfilador de vientos. Solo después de una exploración tan intensa como la propia tormenta, pero mucho más lenta, alcancé una visión nítida del asunto. Aunque, sin datos, los científicos seguían sin alcanzar certeza alguna. Y sin conocimientos, no puedo más que fiarme de los que saben. Como dice Ding-Dong en La bella y la bestia, “lo que no es Barroco es barraca”.
El resto de la historia fue bastante más mundano. Avisé a los vecinos que tenían ropa tendida. Salí a escuchar los truenos repentinos como una gárgola parisina. Quedé abrumado por la velocidad de la amenaza. Y me refugié en casa para evitar lo inevitable, que al final no sucedió. Después comenté la lluvia con mi madre, gran aficionada a los fenómenos atmosféricos y con un olfato de navajo para las lluvias. Hora y media después, salimos a aplaudir. Aún quedaban charquitos concentrados en la barandilla de mi balcón. Era el único rastro visible de la tormenta que nos había sobrevolado en apenas media hora. Todos comentábamos los que habíamos vivido, sin saber ni por asomo que habíamos estado inmersos en una supercélula. Y solo ayer, un día después, fue cuando los expertos comenzaron a aventurar las opciones que explicaban lo que había sucedido.
@Faroimpostor