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tribuna invitada  / OPINIÓN

Sir Juan Carlos De Manuel

19/07/2022 - 

Juan Carlos De Manuel merece una “demanuelina”, pero desde que su taquilla sigue cerrada en el vestuario de los letrados de las rotativas, que nadie se atreva a imitar un leve gesto de su pluma o tenga por seguro que le enviaré a mis padrinos. Y a mis madrinas.

Yo no conocía de nada a de Manuel, no sabía quién era ese tipo que yo escuchaba risueño los viernes en la radio, que desenvainaba a la más mínima contra Monsieur De la Rosa como un Valle-Inclán (total, para acabar la justa como Max y Don Latino, secando la garganta con algún licor escogido de la mejor bodega de Padre Esplá, sostengo).

De Manuel es una especie de Falstaff, pero si le sacas lo de bravucón y pendenciero y le dejas lo de bon vivant y observador de la condición humana. Pertenece a la clase del fool inglés, que no es ni el bufón ni el “gracioso” al castellano modo, un fool que es un zanni ilustrado en los salones palaciegos como en los callejones. De Manuel viene a ser eso, pero a la valenciana. Llegó a la terreta con su melena heavy mientras Bush estrenaba la primera temporada en Irak y aquí se quedó.



Un domingo leí una columna suya en unos tiempos donde había que defender el proyecto del Principal vendando nudillos y escupiendo sangre y agradecí su atención de reparar un domingo en la Cultura. Luego vino la sorpresa de elegirme para alcaldear esta ciudad y De Manuel siguió allí al pie del cañón, con el pendón a cuestas. Sé que me habría ofrecido su caballo en medio de la batalla si se lo hubiera pedido, porque él, al contrario que Falstaff, no huye nunca de ella, más bien se morrea con ella en Llauradors o en el Carme.

De Manuel tiene el punto del holandés exiliado a una urbe caribeña que sabe mirar al lugareño mejor que nadie. Sabe si al vecino hoy la pesca le fue bien, si durmió bien o no, o si está preocupado por la fiebre del xiquet. De Manuel es callejuela adoquinada, llaves olvidadas y beso al aire para Ramón, la drag que vuelve a la misma hora intempestiva que él. Así vive: amarillea en los costados de la hoja de una obra maestra llorando de emoción por seguir intentando llenar este recipiente agujereado que tenemos por vida y que se beben los de siempre.

Echamos tanto de menos a de Manuel, y yo lo echo de menos bastante esta semana, en la que sin duda él habría disfrutado como Falstaff disfrutaba mirando al joven príncipe Hal dormir la mona en el jergón de paja de la taberna de Mistress Quickly antes de ser coronado rey de Inglaterra, por mucho que sepa que Hal morirá joven. Sabe que la corona no nos hace dignos reyes, nosotros dignifiquem el regne que ens atorguen per la gràcia de la Mare de Déu dels Desemparats.

Cuando vuelvas, no dudes que te reconoceremos entre los harapos y las barbas de tu odisea: eres inconfundible.

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