Un expolítico local que no obtuvo suficientes votos para seguir en política a pesar de salir en los medios nacionales con su disparatada campaña a la alcaldía, anda estos días comentando en twitter asuntos de fútbol a golpe de esas expresiones que mi profesora de redacción periodística me dijo en los 90 que eran pecado mortal y lo siguen siendo en la era de los clics: Se comenta, se dice, se cuenta...
Ni era político profesional, aunque lo intentó, ni es periodista, pero aquí en este gremio el intrusismo es lo normal y tampoco quiero ahondar hoy en el debate de quién es periodista. (Aunque lo tengo muy claro; periodista es el que hace periodismo y cobra por ello una remuneración).
Esta anécdota del político que se ha pasado al “periodismo deportivo” que recorre estas semanas los grupos de whatsapp en Elche, me devuelve a la reflexión respecto a si es mejor que los políticos estén de paso o estos superhéroes acaban haciendo buenos a los “profesionales”.
En el Congreso de los Diputados hay ejemplos ilustres de políticos que llevan toda su vida profesional en cargos públicos. Los hay en casi todos los partidos y si comprobamos, gracias al portal de transparencia, las profesiones de sus señorías, principalmente encontramos funcionarios, abogados y profesores. Un buen número de estas personas nunca ha sido autónomo ni ha tenido un negocio, ni una empresa, ni un contrato precario, ni tienen apenas experiencia profesional más allá de los circuitos partido-política.
Lo mejor, desde mi punto de vista, es llegar a la política con vocación de servicio, al menos después de haberte buscado las habichuelas mínimo un lustro en el mercado común. Ese de salarios mínimos interprofesionales, contratos precarios y horas extras por un tubo sin cobrar.
Si con 23 años tu primer sueldo son 2.300 euros netos al mes vamos mal porque ya ahí se te escapa una buena parte de la realidad. ¿Se acuerdan cuando le preguntaron a Zapatero cuánto costaba un café y no supo contestar? No sabía ni el precio de un café ni cuánto tardan en darle cita para el pediatra en un centro de salud ni a cómo está el kilo de limones en el mercado.
Hay que pisar la calle y luego si pasas por la política, al menos la realidad la has vivido un tiempo. Puede ser que tras un par de legislaturas o unos años en cargos de instituciones, salgas de ese mundo con un bagaje de gestión o de contactos y puedas obtener un buen puesto de trabajo o crear un negocio que te saque ya de mileurista e incluso te lleve a ganarte la vida muy bien, ¡que todo es posible!.
Pero no es lo que suele pasar. Hoy en día la política se ha convertido o intentan convertirla casi una agencia de colocación y son frecuentes los “recoloques” de cargos, defenestrados por las urnas, que acaban asesorando aquí y allá y apareciendo y desapareciendo de un municipio a otro, de una institución a otra.
Y sigo sin saber qué es mejor, el “profesional” que lleva 20 años en esto aunque sea dando tumbos sin saber nadie muy bien quien lo mantiene o el “iluminado” que alterna de político a periodista o cantante sin rubor. Por supuesto entre personajes de un perfil y de otro hay personas válidas, con mucho sentido de la responsabilidad y que en un momento dado se han planteado ejercer como políticos y poner sus conocimientos, esfuerzos y dedicación al servicio de los demás, sabiendo que será transitorio. Tan transitorio que a veces salen esquilados, defraudados por los intereses y presiones contrapuestos que les impiden hacer aquello en lo que creen. También hay ejemplos de los que llevan toda su vida laboral en política y no se les puede poner tacha incluso a veces todo lo contrario.
El debate sobre la profesionalización de la política es arduo y quizá me inclino más hacia la figura del político no profesional, pero no me cabe ninguna duda que además de formación, experiencia profesional y vocación, un político debe reunir algunas cualidades, habilidades y competencias que dé coherencia al cargo. Me los tengo que creer y a veces es imposible.