Encaro el tránsito hacia el agosto que hoy empieza sin haberme forjado una opinión fundada sobre el asunto de los taxis y de los vehículos de turismo con conductor (VTC). En parte, porque no consigo percibir con claridad que ninguna de las partes tenga la razón absoluta. Y en parte, porque no hay manera de dar con el bar de Rick, precisamente el de Rick, de todos los bares del mundo, en este polarizado mundo en que vivimos. O te significas como seguidor del equipo de los taxistas o militas en las filas de los VTC. No hay término medio en el vasto espacio que ocupan las redes sociales y los medios de comunicación. Y eso, al parecer, te incapacita para caminar sobre el alambre haciendo equilibrio hasta llegar al punto medio, con la obsoleta idea de observarlo todo con la tranquilidad y la distancia pertinentes.
Mientras tanto, la huelga molesta. Que es algo que suele sorprender cada vez que sucede, como una palmera de fuegos artificiales o un truco de prestidigitación, como si siempre lo viviéramos por primera vez. Las huelgas molestan. Es su esencia. Hacerse notar. Producir quebraderos de cabeza. Entorpecer los movimientos cotidianos que nos dicta nuestra santa rutina. Exasperar a la población afectada hasta que el negociador -generalmente un gobierno o un empresario- se aviene a salir en defensa del bien común. De lo contrario, las huelgas, sean del sector que sean, tendrían el mismo sentido que una manifestación de esquimales en pleno mes de enero, en lo más profundo de la tundra. Lo que sigue sin explicación es que las obras de las carreteras siempre se emprendan en periodos vacacionales. Y que ya a nadie le sorprenda. Aunque, probablemente, esa sea otra historia.
Leo manipulación, leo licencias, leo monopolio, leo economía colaborativa, leo intermediarios, leo regularización, leo contratos leoninos, leo violencia, leo hasta botellines de agua gratis, emisoras de radio, aires acondicionados y menciones a Mujeres al borde de un ataque de nervios. Leo tantas palabras en torno a este asunto que empiezan a atascarse en las principales vías de mi cerebro, que también anda pidiendo a gritos unas vacaciones de mí mismo. Y entre tanto bumerán ideológico, de uno y otro confín, despunta la sospecha de que estamos ante una batalla entre nosotros mismos. El Ryu blanco contra el Ryu azul del viejo e insuperable videojuego de lucha Street Fighter. Y al final, como siempre, está la economía, estúpido. En un rincón, los impuestos, un método eficaz para limar desigualdades y generar bienestar, con su aire de superioridad, de inmunidad, de derechos adquiridos por designio divino. En el otro, la colaboración desinteresada entre ciudadanos, un método eficaz para eliminar sobrecostes y plusvalías, con su halo de santidad, su espíritu low cost y sus buenas intenciones. Ambos contendientes son los que han permitido que sobrevivamos a esta crisis que deja tanta estela como un cometa. Ambos son los que han impedido que la atravesemos con más velocidad. Y ambos están sometidos a unas reglas que siempre derivan en que la banca gana. Con huelgas. Sin ellas. Incluso en plena canícula agosteña, que no da ganas ni de pensar.
@Faroimpostor