Revista Plaza

Olivos de Castellón: Un secreto milenario

VALENCIA. Poseidón reclamó la urbe de Atenas empujando su tridente en la Acrópolis, donde brotó un pozo de agua de mar. Palas Atenea plantó un olivo y los dioses decidieron concederle a ella la ciudad porque le había dado el mejor regalo. La mitología griega distinguió al olivo por su simbolismo en los primeros hervores de la cultura mediterránea, unida a ese árbol de fruto multiusos cultivado por primera vez hace unos 6.000 años. Los romanos, más pragmáticos, lo convirtieron en pilar de la economía. Como maestros del diseño funcional, lanzaron el aceite como producto estrella distribuido a través de sus ánforas en formato ‘no retornable'.

En un planeta con nuevas fronteras, la ONU entendió que este ancestral símbolo de paz debía estar en la bandera de la organización y hoy una rama de olivo viaja en cada misión de los cascos azules. Yasir Arafat la utilizó en 1974 ante la Asamblea General, donde advirtió: «Traigo en una mano la rama de olivo y en la otra el arma de los que luchan por la libertad. No permitan que deje caer el olivo»... 

No hace falta viajar a recónditos parajes de Palestina ni al Olimpo para observar un paisaje cargado de historia. La mayor concentración de olivos milenarios del mundo está en Castellón, concretamente en el Maestrat. Algunos fueron probablemente plantados por íberos o romanos y la mayor parte en época musulmana. 4.798 olivos monumentales se mantienen en activo en la zona, según un censo realizado en dieciocho municipios por la Taula del Senia, entidad que agrupa poblaciones de Castellón, Tarragona y Teruel. Pero hay muchos más. El biólogo Romà Senar, autor del inventario, se muestra sorprendido por la gran cantidad de ejemplares identificados y sigue buscando. Como un sastre toma medidas a los venerables ancianos: a partir de los 3,5 metros de perímetro de tronco se considera ‘monumental' a un olivo, y varios de los que ha encontrado rebasan los diez.

Su edad real, aún más antigua, se esconde bajo tierra, en las raíces. «El olivo crece emitiendo rebrotes que son clones del árbol principal», ejemplifica Senar. Asombra calcular todos los hechos presenciados por unos seres casi inmortales en un paisaje esculpido por el frío, el viento y el sol hecho de troncos barrocamente retorcidos por el tiempo, que siguen mirando la vida al pasar con mucho que contar en sus entrañas.

Lea el artículo completo en el número de abril de la revista Plaza. 

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