Ha bastado una acumulación de lonas y hierros cercana a mi casa para que se me exalte el kraken interior. En estos momentos a uno le gustaría ser un fanático de las películas de Marvel que están manteniendo la industria del cine mientras anulan casi toda posibilidad de expresión artística. Lo siento, no sé a qué supervillano citar para comparar mis deseos de desatar el cataclismo sobre lo que se nos avecina. Así que, háganse a la idea, cada vez que asoman las Hogueras por mi barrio, me siento como el asteroide que amenaza la Tierra en las películas de catástrofes que salvan del tedio a mi amigo Dani Moltó. Pero, como me voy haciendo mayor y en el fondo tengo mi corazoncito, mi caos total de este año sería selectivo. Me alegra que la ciudadanía vuelva a tomar las calles con la libertad que durante dos años nos ha hurtado el coronavirus. Me alegro incluso por los que desgranarán toda una lista de comportamientos incívicos que luego habrá que limpiar. Y me gustaría que todo estuviese resuelto de verdad y por completo, para que puedan participar de la plena alegría hasta quienes, como yo, aún no nos hemos despiojado todos los miedos de la cabeza. Pero sigo sin tener el más mínimo miramiento con quienes organizan, patrocinan y permiten la jauría de ruidos y calles cortadas. Los impulsores de mi exilio.
Hemos vivido momentos muy duros. Bailen, rían, cenen, reúnanse con los amigos, aspiren bien hondo el olor de la pólvora, caminen descalzos, lloren por el fuego, trasnochen, den por primera vez la carta blanca a la juventud que acaba de atravesar la adolescencia, expulsen a los serios, llenen los vacíos, usen sombrero, paseen, trasieguen con cerveza los bocados de coca amb tonyina, salgan de casa, sigan creyendo que los monumentos son extraordinarios, duerman en la playa, sueñen los tres segundos que dura la palmera, desempolven las chanclas, pidan agua a los bomberos, liguen, corran, escóndanse de los petardos, jueguen con los más pequeños, inviten a los amigos a sus barracas, emborráchense, respondan con rabia al rugido de un encierro arrastrado por una ristra de relojes. Contengan el aliento. Suspiren. ¡Pum! Y vivan.
Yo, como cada año, volveré a celebrar el día de San Guillermo desde la lejanía. El silencio despedazado por los servicios de limpieza. Y no esperen de mí ni un segundo de tregua para las comisiones festeras. Este año, como hace tres desde la última celebración de San Juan, seguirán imponiéndonos un criterio que se puede corregir para mejorar la convivencia entre quienes sienten la fiesta y quienes la padecemos. Seguirán cortando demasiadas calles, seguirán estableciendo horarios interminables de jaleo para nadie, seguirán entorpeciendo el calendario de quienes no pueden dejar de madrugar, seguirán construyendo monumentos demasiado grandes para sus conocimientos arquitectónicos, seguirán manteniendo tradiciones aun a costa del patrimonio, seguirán jugando con su libertad de disfrutar para convertirse en los secuestradores de toda una ciudad. Este año, las Hogueras se venden como las fiestas del reencuentro. Seguiré luchando el año que viene por las de la reconciliación.
Pot començar la mascletà.
@Faroimpostor